Dice Robert Oppenheimer que lo que hay hoy de nuevo es que en una sola generación nuestro conocimiento de la naturaleza se ha
integrado, fundido e ido más allá que todos los conocimientos acumulados hasta ahora.
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Doctora E. Graciela Pioton-Cimetti
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El amanecer de un día diferente de los otros rememoración de un ciclo que
se cierra: el de las vacaciones. En mi corazón un "pas de deux" es danzado entre
mi pasado y mi futuro, y en este presente en el cual estoy siendo observador
y protagonista son las circunstancias vividas que me llaman.
*** Es el amanecer de un día diferente de los otros. Me envuelve una profunda nostalgia sin tristeza, pero comprendo atónita la fugacidad en todos los sentidos. *** Fué el 30 de septiembre de este año. Partía a Barcelona para encontrarme con mi mejor amiga desde nuestra infancia compartida con nuestros padres respectivos. ¡Una relación especial! Habíamos vivido muy próximas aún en la distancia: ella en Argentina y yo en Francia que conocíamos nuestras vidas sin necesidad de contárnoslas. Todo sinceridad, nada apariencia. Si aludimos a nuestros padres no fue que para citar anécdotas sobre ellos y nuestros roles en dichas situaciones. Se que ella me leerá y le dedico este artículo. Ella lee regularmente mis libros y mis escritos. No sabré nunca si mis hijos me leen. Tengo la impresión de haber sido en sus vidas como una estrella fugaz sin molestarlos o exigirles ocuparse de mi. *** Es difícil escribir hoy en un idioma en particular porque solo estoy expresando sentimientos y también los dolores de las distancias. *** Como decía el 30 de septiembre partí a Cataluña en medio del referéndum sobre independencia. Nos encontramos en nuestro hotel ella estaba bien. Siempre es inquietante ver al otro más de un año después. Al día siguiente partimos en ferry de Barcelona a Tánger en una larga peregrinación sobre el mediterráneo que ella deseaba atroversar. *** Excelentes los días en Marruecos. Había prometido a Marta hacerla conocer la cultura mora para después comprender mejor la Andalucía y la transculturación. Cada amanecer partíamos con un guía especializado hablando español, idioma que ambas podíamos compartir. Tuvimos lo mejor que podíamos desear en contenido y expresión. Hicimos las ciudades imperiales. Personalmente me enamoré de una ciudad azul llamada Chefchaouen, ahora no hablo de historia sino de sentimientos. Hoy lloraría si supiera llorar. Ese lugar produjo en mí un deseo loco de partir y jamás volver: Comenzar una vida, borrar el pasado. No tener que la esperanza de una vida feliz sin necesidad de defenderme, volver a la tierna inocencia de mi adolescencia cuando no sabía nada de la vida, ni del amor, ni de la maternidad, ni de la muerte, ni de los duelos. Esa ciudad azul sin ninguna preatención. ¿Quien podría ir a buscarme en tal lugar? Solo la nada y el abandono de todo sufrimiento que no fuera conciente. Poder sentarme a meditar en una callecita sin otra compaña que los gatos libres. Descubrí después otro lugar en el cual yo amaría quedarme: Las ruinas romanas de Volúbilis cerca de Fez. Me sentí transportarla por lo ancestral, orgullosa de ese ancestral diferente ese pueblo que ha aportado el culto de la salud y de la vida en esa frase que lo dice todo "Mens sana incorpore sano". Sus temas y ese respeto y amplitud de espíritu de aceptar los dioses y las costumbres de los otros pueblos so metidos sin violencia. Si los romanos sin mi pasado ancestral. ¡Tal vez sea un cierto estilo de reencarnación! Y ahora me detengo de hablar sobre ese tema que me emociona. *** Partimos hacia Andalucía otra mañana bien temprano con un rojo sol que salía sobre el mar y me encontré en Sevilla el 12 octubre día de la Raza cuando Colón descubrió América y fui a la misa a la catedral, un capítulo mayor en la historia del mundo. *** La América central y del Sur son (en cierto sentido) protegidas por una extraña inocencia y están más cercas de sus inconscientes. En este viaje Marta pudo comprender lo vivido en Marruecos por los Moros y la fuerza de su impacto en la cultura muzárabe de Andalucía. *** Hablando de historias de viajes y de encuentros inesperados en mi último viaje a Argentina en febrero 2017 una mañanita nos encontramos en la playa de Miramar con mi primer, primer amor adolescente, si increíble después de casi toda una vida los dos casados y padres de 4 hijos cada uno. Cuando nos conocimos yo tenía 14 y el 16. Yo no recuerdo como era el deseo en nuestra primera adolescencia, pero hoy nos reconocimos recíprocamente el los diálogos del pasado se continuaron y dijo "Vive a Miramar a cuidante y el pasado se reconstruyó y las memorias recomenzaron. Todos esos recuerdos y evocaciones hacen resonar en mi ciertos diálogos como "leitmotiv" de un film que se llama "Hiroshima mon amour" *** ¿Saben porque no nos olvidas? Porque nosotros no los olvidamos. Los guardamos. Un detalle se conecta con esa memoria secundaria selectiva que poseemos y el panorama viene de la distancia perfecta y sin retoques el centro emocional reacciona y permite valorizar expresando la diferencia entre agradable y desagradable.
Hecho en Paris el 17 de octubre
y acabo de llegar de mis viajes: el interior y el exterior que son sus paisajes fascinantes y sorprendentes. |
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Doctora E. Graciela Pioton-Cimetti
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Las letras revolotean en mí
ALBA y HABLA se comunican sin interrupción. Vivimos "en el habla y con el habla" con la misma naturalidad con la que respiramos. Hasta que en algún momento algo se abrió en nuestra conciencia y comprendemos que el HABLA no es del orden de lo natural y sencillo. Y ahí en ese umbral el ALBA ilumina nuestro decir. Un decir que al hacerlo propio hace gala de amplitud, de escucha y aceptación de diferencia entre lo propio y lo ajeno. Un decir que estimula la mirada hacia las creencias, las tradiciones, hacia el repertorio de lo que no se ha cuestionado, ni siquiera ha permitido revisión. Un decir que es un hacer y que no se transforma en poder, en humillación, en arbitrariedad en destrucción. Un alba que se renueva en la niñez de nuestro ser y nuestra personalidad. Un alba que se empodera en deseo de aprender lo novedoso de la existencia y lo ancestral de la sabiduría acompañando el descubrimiento propio caminando entre lo ajeno. Rescate de la humanidad. Ese alba que cada mañana y cada noche atiende el llamado del atardecer. Siempre se ha intentado que lo único sea lo verdadero en la historia de la humanidad. Y siempre en esa misma historia de la humanidad se ha intentado que la multiplicidad sea el camino de la libertad. Nos sentimos acongojados cuando presenciamos ensombrecidos actos intimidatorios y desafiantes. Es entonces cuando esa conciencia de la que hemos hablado tanto, pide respuestas que sean actos y actitudes ejemplares. Pero lo ejemplar cuidado que no sea el espejo invertido de lo destructivo. Eso ejemplar que sea nuevamente el alba del habla, de la conciencia, de la ascensión permanente de la humanidad a la que pertenecemos y que nos habita. Las palabras, que sean gestos, que sean letras, danza, cuadros, música artesanías múltiples que hacen y dejan rastros de nuestros pasos por el planeta. Viajamos y aprendemos de culturas diferentes, idiomas diferentes, hechos y formas diferentes. Nos maravillamos con lo que encontramos y rechazamos lo que no es acorde a nuestra sensibilidad. Pero en todo caso, la indiferencia en ese momento permite que aquello que no resuena en nuestro ser exista, dejando manifestar lo múltiple. Y el alba se convierte en el renacer permanente del encuentro con lo antiguo y lo moderno, con lo mismo y lo diferente. El alba se convierte en el habla común de la humanidad que es la conciencia del multiverso en nuestras almas. No todas las galaxias son iguales, no todas las estrellas alumbran con la misma intensidad, no todos los agujeros negros tienen semejante densidad. El alba no siempre es certeza, infinitas veces es confusión. Pero lo confuso no implica aniquilación. Lo confuso es pregunta, reflexión, pausa y camino hacia la exploración. El alba siempre abraza el arco iris. El multiverso es sabido, se expresa en vibración de sonido y color. Sonidos y colores complejos, múlplicados, colmados de asociaciones imbuidos de diferencias. Las palabras y los hechos van haciendo marcas en nuestras vidas. Que siempre esas marcas tengan el hilo que teje y desteje creatividad, programación y reprogramación del caminante que abraza la libertad, el amor, la paz y la bondad. |
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Lic. Rut Cohen
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A veces lamento que nos acostumbremos demasiado a la buena vida y la comodidad y nos olvidemos de
experiencias en las que no la pasamos muy bien.
Una noche de frío y viento intenso cuando uno no está bien abrigado y no tiene un buen lugar donde cobijarse permite percibir como que el tiempo no pasa y una simple noche se hace interminable. Así fue como vivencié una experiencia hace muchos años en la que en pleno invierno en el sur de Argentina fui en busca de vacaciones y aventuras. No soy muy aventurero en realidad pero si me gusta pasarla bien cuando me tomo algunos días de descanso. El tema es que se produjo un desfasaje entre un transporte que me llevaba a un punto intermedio del destino y el que me llevaría al destino definitivo. Tuve que pasar la noche en El Maitén, un pueblo de la Patagonia, y no me quedó otra que en la sala de espera de la estación que no tenía puertas. Desde la medianoche en que me dejó el tren, que tardó más del doble de tiempo, hasta la mañana del otro día, tuve que pasar un interminable tiempo de frío y viento. Lo recuerdo como si fuera ahora. Los minutos se habían parado y no había otra cosa que hacer que estar protegido en la sala de la estación y esperar. Fue interminable. Cuando empezó a haber movimiento de empleados ya había pasado mucho frío. Por suerte el ver otra gente me permitió percibir que el tiempo se empezaba a acelerar. Me pasó que ante tanto frío no pude dormir nada. En cuanto los empleados se acomodaron en sus puestos de la estación, me arrime a ellos cuando prendieron la cocina a leña para calentar la pava, tipo seis de la mañana (y faltando todavía bastante para amanecer), y pude recibir algunas bocanadas de aire caliente que calmaron un poco mi malestar. Viéndolo con la distancia que pone el tiempo creo que el amanecer que siguió a esa noche fue el más hermoso que tuve. Estaba nublado y por la altura creo que más que niebla había nubes a mi alrededor, pero igual fue como volver a vivir, volver a ver y aunque estaba con sueño fue como que la esperanza de llegar a destino volvió a aparecer porque durante la noche solo podía pensar en el mal momento que estaba pasando. Qué curiosa el la vida y que dependientes somos de las sensaciones de cuerpo. Desde el escritorio pensamos que la mente y el intelecto pueden dominar nuestras pasiones, pero no es así. El cuerpo nos gobierna, más en situaciones críticas. Cuando vivimos entornos que nos preocupan, nos ofusca y muchas veces es difícil pensar con claridad. La comodidad de la vida nos acostumbra a vivir desde el intelecto y es común que nos perdamos de vivenciar otras experiencias más burdas pero muchas veces más interesantes. Es raro que espere con entusiasmo un amanecer, pero como mis recuerdos me dicen, es una experiencia inolvidable. Creo que cuando a alguien le sucede que tiene su vida acomodada desde lo material, debería empezar a cultivar su comodidad desde lo espiritual. Esto viene a cuento ya que cuando la pasamos mal físicamente queremos que eso pase y ambicionamos volver a estar bien, con placer, pero no sucede lo mismo cuando tenemos las necesidades básicas satisfechas y tendríamos que empezar a pensar en el bienestar espiritual para estar mejor con más integridad, como dando un paso más hacia la felicidad. Generalmente nos envolvemos en asuntos que lo único que buscan es o bien más placer para el físico o más poder y dinero. Me da pena ver gente mayor casi ancianos, luchando por tener más dinero o por dominar a los que los rodean u otras cosas que prefiero no nombrar respecto al placer Querer ir hacia el alba, hacia el amanecer, es una tendencia natural, creo yo, de los seres vivos. Desde los pájaros hasta los humanos deseamos que amanezca para seguir con nuestras vidas, que durante la noche se pone en suspenso para el descanso. El amanecer es un permanente punto de referencia hacia el estar mejor, hacia el crecimiento, sea éste el crecimiento que sea. Sería bueno plantearnos hacia donde apunta nuestra búsqueda de la luz del amanecer, y hacernos responsables por buscarla, al menos para saber cuando nuestra vida se acabe que algo en la vida buscamos. Saber que en la vida perseguimos un amanecer |
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Licenciado Alejandro Giosa
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Anochece. La oscuridad favorece al predador. Por la noche caza y la presa se esconde. Temor.
Para el mapuche era esconderse de Fucha Chao Gualicho, luego entendió que el soldado vendría también de día y todas sus horas fueron de terror. Ya ni al alba podía descansar a salvo. Llegó un momento en el que de nada valía esconderse y no quedó más remedio que enfrentar la muerte, quizás fue ese el período en el que aprendió a matar y odiar. Al indio hay que matarle, no tiene alma, si no se catequiza, matarlo. Su forma de vivir salvaje no es agradable a los ojos de dios. Sin embargo el mapuche ama a su dios y a su madre Tierra. No grita en los bosques para no ofender a los árboles, no cava pozos para no herir a su madre. Extraña compasión la del indio sin alma. Bajaron con cruz y espada; pero a no confundirse: la cruz no es para educar, es para que el miedo continúe: si el mismo hijo de dios fue crucificado por oponerse a la Ley… Y ellos desembarcaron al alba. Que traían. Lo mismo que recogieron unos cientos de años antes: la arrogancia del imperio, la ley por encima del alma. Primero, lo sufrieron de los romanos. Luego, lo llevaron a América. Extraña situación que los indios no temieran a los buques pues habían sido visitado antes… pero por hombres piadosos también desembarcaron al alba los confundimos con «ellos». ¡Nos os acostéis temprano esta noche! ¡Permaneced despiertos! Que los saduceos van a ejecutar a Jesus, el hijo del carpintero. Y que luego bajan el cuerpo y, al alba, su tumba está abierta y él camina libre por las calles. Que no, que fue Jeshua el juzgado, Jeshua el sacerdote egipcio y que fue su discípulo judas el ejecutado y el hijo de dios escapó. Alguna vez sabremos la verdad… El indio siguió escapando del soldado, pero la mayoría fueron mártires. Murieron de las formas más horrendas, que el soldado no tiene piedad hasta que se escondió en la montaña. Allí, más cerca del cielo, el altísimo sí tuvo compasión de él. Y así seguimos, matando al infiel, hasta que nos encontramos con otra tribu que también mataba al infiel, pero «el infiel» éramos nosotros, huyamos de las arenas que al alba llega el califa a empalar cristianos. Y así sigue la noche y al alba no se detienen las mujeres gritan, los niños lloran, todos mueren. Y dios sigue mirando y juzgando desde su nube de venganza, lo que le preocupa no es la muerte, lo que le preocupa es el sexo. Y va planeando su próximo cataclismo, para el alba.
Guaynabo, Puerto Rico, agosto del 2017
exclusivo para «S.O.S. Psicólogo»
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Juan Carlos Laborde
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Amanecía. Mora veía el amanecer desde una esquina, en el desconcierto del silencio aquel que viene luego de la vorágine. La esquina no era la que Mora conocía. Era otra, incluso los olores típicos de su barrio y de esos árboles previamente marcadas por ella habían cambiado. Por lo general, con su privilegiada nariz lograba marcar un sendero sensorial hasta el calor de su hogar pero esta vez no le funcionaba. No era
como siempre. Ella solo olía resabios de parrillas apagándose con el viento de la mañana, cerveza derramada por doquier, mientras evadía algún que otro auto que rebasaba su velocidad aprovechando el desolado escenario de feriado religioso y laboral. Y ese invasivo elemento volátil que los de dos patas llamaban pólvora.
Inquieta Mora, caminaba errática y esquiva por donde alcanzaba moverse, pues de la noche a la mañana tenia todo un mundo a su merced tan grande como complicado. Incluso para un perrita mestiza y lista como ella. Que sabia manejarse con mucha soltura en la vereda de su casa, a tal punto que ni correa necesitaba. Solo bastaba la escolta mirada del mal llamado amo. Y el chistido que le indicaba que debía regresar adentro de una vez. Pero este no era el caso, esta noche no había escuchado chistido alguno, ni había contado con la mirada vigía de quien le había dado un hogar. Agitada, con la mirada exaltada, trataba de seguir a los caminantes esperando reconocer algún olor, alguna bocamanga de pantalón que le devolviera ese olor que tanto recordaba y quería volver a sentir. El de su padre de dos patas, el que lo adopto siendo una pequeña cachorra. Pues sus sentidos estaban a mil. Su corazón latía con fuerza mientras jadeaba de manera exagerada. Preguntándose, ¿dónde esta mi papá? ¿Dónde esta mi familia? Mora notaba que ese árbol le parecía familiar, mejor se dirigía hacia allá, pero era una falsa alarma. Paso a paso se alejaba más de su casa irónicamente en búsqueda de la misma. Había caminado por horas, para ser exactas unas seis. Tantas horas de caminar podrían haberlo llevado demasiado lejos, como también haberlo hecho caminar en círculos manteniéndolo en la manzana de su vecindario. Daba igual, que más le daba si su olfato no funcionaba y eso lo condenaba a la incertidumbre de un animalito domestico extraviado y sin poder expresarse salvo por un aullido en la soledad de un feriado en el que el cielo se le había venido encima. Su último recuerdo hogareño había sido ver a su dos patas con las copas en alto. Sonrisas por todos lados, algunos gritos entonados y un brindis que derivo en abrazos y palmadas de espalda en deseo de buen augurio. Era todo perfecto, todos estaban en casa, Mora había recibido la comida que más le gustaba pues sobraba por todos lados, incluso se caía por los rincones de la mesa, solo debía estar expectante y esperar un descuido para aprovechar y darse su panzada. De golpe todos arrastraron sus sillas para levantarse de la mesa abrieron la puerta y salieron a festejar con unas cajas coloradas y unos encendedores. Grandes y chicos, todos para afuera, y siguiendo la ola siguió a la jauría familiar a la puerta de su casa. El cielo se puso rojo, luego azul, luego blanco. El suelo se puso color fuego. Se lleno de chispas que destellaban mientras sus oídos no daban abasto. Escuchaba al universo recaer en sus oídos. Aquellas orejas que le servían para vigilar y cuidar a su familia esta vez se habían inhabilitado, entre explosiones y risas infantes y adultas, erupciones de corchos volando hacia la luna misma. Y la mirada invadida de destellos trato de resguardarse, hacer lo que todo perro sabe hacer, que es mantenerse a salvo. Y se retiro del peligro, corrió exactamente al punto contrario del caos, de la pólvora, de las risas de los ebrios, de los niños e inconscientes. Comenzando una travesía que lo hundió en desesperación y desconcierto. ¿Por qué tanto caos? ¿Por qué mis oídos duelen? ¿Por qué no puedo oler a mi familia? Se preguntaba Mora mientras se movía por cada sendero que notaba seguro. Explosión a explosión equivalía a un escape y a 50 nuevos pasos lejos de casa. Las cuadras pasaban, el fuego lo seguía, estaba en el cielo, en la tierra en las paredes en las manos de las personas que veía mientras corría invadida de terror. Algunos con una botella en la mano izquierda y un petardo en la derecha y para concluir con una sonrisa en la boca. Todo lo contrario a lo que Mora expresaba en una paradoja de sentimientos abrumadores provocados por aquellos que tienen el privilegio de pedir ayuda con solo abrir la boca. Con solo dar una señal a sus pares. Rodeada de furia, camuflada de fiesta y alegría. No era más que la descarga de un año duro y pesado ante el esfuerzo de un bolsillo flaco y un trabajo arduo que solo una vez al año tiene la oportunidad de dar revancha a base de estruendos, gritos, alcohol y heridas inesperadas. No era el caso de Mora. Un cuatro patas que no necesitaba regalos para querer a su dos patas preferido. No necesitaba dinero, ni ropa de marca, ni un auto último modelo. No necesitaba un banquete, ni presumir sus logros o atajarse ante los logros ajenos. No necesitaba alcohol, ni reventar los cielos, no necesitaba perder su olfato, ni quedar sordo y ciego, ni siquiera por un momento. No necesitaba el desconcierto, la soledad, las patadas de extraños borrachos ni esquivar autos a toda velocidad. No necesitaba descargar frustraciones, pues lo tenía todo, no tenía broncas, ni excusas para tirar la casa por la ventana en modo de revancha con la vida. Mora no debía nada, solo debía vivir en paz con su familia hasta el último día de su noble existencia. La cual había dedicado a un hombre, aquel animal de dos patas, que esa noche gasto su aguinaldo en algo llamado pirotecnia, porque sus vecinos la usan cada año, porque el firmamento y sus colores brillantes lo llamaban a participar. Mientras todos estaban en un caos de supuesta festividad, Mora, un simple cuatro patas sin darse cuenta antes del inesperado giro cumplía el significado de esas fechas, el estar en paz con su familia ofreciendo y recibiendo amor. Pues Mora ya no estaba en su hogar. Ella ya era parte del todo, para luego ser parte de la nada. Atado a la esperanza de que su dos patas amada se recupere de la rasaca, se ponga de pie y se pregunte. ¿A dónde esta mi amada Mora? Quejándose por la injusta desaparición de su amiga. Echándole la culpa al destino, o simplemente a algún familiar que abrió la puerta. El dos patas se lava la cara y despabila con un café, se saca la ropa de entre casa. Se viste dignamente, y con mirada preocupada abre la puerta para salir a buscarlo. Abrigo mediante, y el seño resignado, emprende la búsqueda con incertidumbre, y echándole la culpa al albedrío de la vida. Aquel que lo llevo a quemar los suelos y los cielos y enceguecer la inocencia de su mejor amiga. El dos patas se pierde por la esquina con jaqueca y algo atolondrado al caminar, pues había sido una noche agitada con muchas emociones. Incluso no sabia si había llorado de alegría o ebriedad. Comió, bebió, salto, corrió, abrazo, beso, felicito y despidió a su gente. Todo eso en una noche de festividad que en sus ojeras recaía. Hasta que en un momento el dos patas se arrodillo, con su cabeza a gachas se inclino y en ese momento, no tenía ganas de comer, beber, saltar correr, abrazar, besar ni felicitar a nadie, ni siquiera se le ocurría quemar los suelos y el firmamento. Pues su mejor amiga no estaba, el amanecer fue muy triste y perduro por varias semanas. La reflexión que tuvo su amo era que todo el descontrol que obtuvo por una noche no sirvió para nada porque perdió su tesoro que tanto amaba, su Morita. La angustia que tenia fue tan fuerte que hasta enfermo. Pero la alegría volvió a renacer hasta que, saliendo del hospital que quedaba a 30 cuadras de su casa, vio a su perrita muy delgada y asustada. Que decirles el recuentro fue tan emocionante que hasta el día de hoy lo recuerdo y me emociono. Esa perrita al ver a su dueño no podía expresar tanta alegría que sentía por la debilidad que padecía. Hoy ya hace 5 años de ese episodio tan triste pero tan significativo para ambos porque ese amor se complemento más fuerte que nunca los dos viven el uno para el otro. También el amo participa solidariamente en las organizaciones de perros de las calles realizando campañas de concientización sobre el cuidado de las mascotas y el no uso de las pirotecnias por el daño que genera en los animales. Una historia con un amanecer triste pero con un final feliz. |
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Prof. Carla Manrique
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