Propongo dos extractos de mi libro « Nicanor » sobre Péron, como ejemplo de prestigio social y el pueblo argentino como ejemplo de prestigio moral.
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Doctora E. Graciela Pioton-Cimetti
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Es muy difícil pensar en español cuando se trata de los sentimientos. Es como balbucear en la lengua materna. Es mucho más fácil hacerlo en francés. Con mi lengua nativa hay una barrera afectiva que distorsiona las imágenes. El idioma maternal me perturba, se vuelve impúdico. ¡Sensación de dar a conocer un secreto profesional! ¿Conflicto deontológico? No sé, en todo caso, costumbre de guardar secretos, hasta dudar de la autenticidad de lo que digo. Buenos Aires, agosto de 1973. Próximas elecciones en las cuales debía ganar el peronismo, después del largo exilio de Perón en Puerta de Hierro, España donde Franco aceptó asilarlo luego de la revolución libertadora del 16 de septiembre de 1955. El encuadre socio-político es muy importante en este caso para comprender el sentido de los estamentos –grupos enquistados en las diferentes clases sociales. La gente que esperaba a Perón no era la misma que lo llevó al poder en 1947. Perón es un fenómeno que va a determinar una nueva organización social e ideológica. Joven teniente de mucho porvenir, viajó a Italia y a Alemania, impregnándose del Nacional socialismo y adquiriendo modelos que llevó a la Argentina y que comenzó a expresar durante el tiempo en el cual fue ministro de Trabajo. Fenómeno extraño porque si bien Hitler se había apoyado en las clases medias, beneficiándolas económicamente y reforzando su función social, Perón se apoyó en la clase obrera; creando un movimiento atípico; un movimiento obrero de derecha, casi extrema. Las bases ideológicas eran las mismas del Nacional socialismo europeo, y se asentaron sobre un mismo problema de resentimiento social; pero de origen distinto. En el caso de Europa fue el vergonzoso pacto de Versalles en el cual Alemania perdió la cuenca del Rhur y Alsacia y Lorena. En el caso argentino no había consciencia política, porque sólo se conoció en la historia del país la adhesión a caudillos carismáticos, excepcionalmente racionales. Es decir, que antes de toda consciencia política apareció el resentimiento social, cristalizado pero no comprendido, y mera copia de las situaciones sociales europeas que precedieron a la revolución industrial de 1931. La sincronicidad, según Jung, es la convergencia espacio-temporal de series causales independientes. En el caso de Alemania, despojada, vencida, el arquetipo de Wottan –dios de la guerra, reivindicador y justiciero necesitaba para una acción efectiva en el plano empírico, la aparición de un ser capaz de representar ese arquetipo. Fue el caso de Hitler. El correspondió exactamente a las demandas inconscientes del pueblo alemán. Se efectuó entre el pueblo y el líder –ambicioso, carismático e individualista a ultranza un efecto de contagio psicológico que se fue multiplicando geométricamente en espiral delirante, hasta la búsqueda de un pasado de seres míticos perfectos, sumergidos en las zagas de los Nibelungos. En el caso del pueblo argentino, la orfandad creó en el inconsciente la búsqueda de un padre eterno, capaz de ejercer dicha paternidad de manera estable y sin fisuras. La presencia de los conservadores y el pasaje por el radicalismo personalista había creado angustia, sin crear consciencia política. Durante el radicalismo de Yrigoyen, el problema se atenuó para la clase media que por primera vez en la historia argentina se ve legitimada por un presidente de clase media. Pero la numerosa clase obrera, urbana y rural, seguía reclamando a partir de su orfandad. Por otra parte, Yrigoyen murió en el año 1930, poco después de ser derrocado y una gran parte de la clase media quedó «flotante». Perón correspondía exactamente a la imagen del arquetipo: paternalista, poderoso, casi divino. La sincronicidad va en los dos casos: la presencia de dos hombres que completan el deseo y la pulsión inconsciente de los dos pueblos. Hitler construye fascinantes monumentos que quieren tocar el cielo. Perón sube al poder en frente de una multitud, decretando campechanamente, el 18 de octubre: «San Perón.» En Argentina no se habían vivido situaciones de oposición de clase social; porque en la historia manifiesta no hubo ni opresores, ni oprimidos lo que creo complicidad entre las clases. Perón capitalizó la situación y creó un enemigo exterior: Los Estados Unidos. Esto se expresaba en los slogan que lo sostuvieron en el poder hasta el año 1955: «Alpargatas sí, libros no»; «Mis queridos descamisados» –una pauta de resentimiento social que dió origen a la aparición de una clase nueva: «Los cabecitas negras.» En el momento en que fue derrocado (1955) todas las clases sociales se fusionaron para quitarle el poder. El quiso crear las milicias populares para reemplazar al ejército a partir de la CGT y del modelo de las camisas negras de Mussolini. No es la primera vez en la historia que un líder comienza a delirar. Ya había ocurrido con Bolívar y su delirio del Chimborazo. Luego la situación se hacia peligrosa. Después de la muerte de Eva, su mujer –a quien sacrificó hasta el último instante; devorada por un cáncer, la hizo aparecer a su lado en el balcón de la Casa Rosada como candidata a la futura vice-presidencia, utilizando una peluca, especialmente fabricada, que le mantenía la cabeza derecha, Perón entró en el delirio. Cuando Eva Perón murió, reapareció la confusión, porque se hizo evidente que el verdadero líder carismático era ella y no Perón. Hija natural de un terrateniente, artista de poco vuelo, poseedora de una ambición desmedida y de una belleza indefinible. De todas maneras, si tuvo carisma fue porque creía en lo que decía. En todo lo que digo no hay juicio político, por ser desde mi condición humana, testigo de la historia. La gente que recibió a Perón en el año 1973, no fueron los simples obreros que lo llevaron al poder, sino una juventud pudiente, de clase media alta y media media –los de la clase baja eran una minoría, tal vez residuales fieles del antiguo peronismo. Mirando desde mi balcón de la avenida Maipú 1942 –rodeada de mis cuatro hijos– veía la multitud que avanzaba hacia la plaza de Mayo; la evidencia de lo que contemplaba, me dejó sin aliento: entre la multitud a pie habían jóvenes vestidos con gamulanes. No habían muchos obreros ni tampoco camiones. Sólo autos de calidad, algunos de ellos descapotados. Me preguntó ¿qué querían ver los jóvenes en él? La pregunta queda abierta. Vamos a volver sobre ella. ¿Qué pasó para llegar a esta situación? Perón, una vez derrocado, busca reconstruirse una historia similar a la de Eva. Encuentra una mujer absolutamente ignorante, en un cabaret de Panamá. La lleva con él a la Puerta de Hierro y en su exilio comienza a educarla. Pero «Isabelita» no podrá ser nunca Eva Perón. Isabel fue una sátira, una mala versión de Eva. Fue un ángel de poca monta, en quien la voz de cadencia sin quilates daba la impresión de una maestrita de pueblo, subida al estrado para enseñar a niños sin zapatos la diferencia entra la C, la S y la Z. En ese contexto de mucho discurso, desapareció para los Argentinos el sentido político crítico. Quedó entonces una sola alternativa: aliarse en núcleos «estamentarios» al interior de cada clase social. Emerge así una nueva situación. Ya no es el resentimiento social, sino la irresponsabilidad política y los conflictos generacionales, los que abren las puertas a una crueldad sistemática y a una sordera entre padres e hijos. Abierta la brecha en el corazón de la familia patriarcal, la guerrilla entra, avanza y distorsiona el movimiento peronista que desaparece con el nombre de «justicialismo». Pero dada la falta de consciencia política, la justicia se reduce a las luchas privadas donde el factor trascendente ideológico no existe. Recuerdo de ese año, remontando por la avenida del Libertador a las ocho de la noche, los interminables discursos de Isabelita y los trancotes del tránsito. Yo siempre llevaba un libro y una linterna para leer. No se podía avanzar por el desorden del tráfico. ¡No, era algo más que desorden, era la desestructuración de una sociedad que no se había comenzado a quitar los pañales! En esa época, dominada por fantasmas de reivindicación en todos los sentidos, nos era necesario reconocernos como grupo, porque más allá no había nada, solo bombas, asesinatos, desapariciones. ¿Cómo enfrentarse a todo eso sin destruirse? A veces estallaban dos o tres bombas por noche. En fin, los fuertes nos tapábamos los oídos para no tener miedo. No sabíamos si darles o no a los hijos una credencial de la marina para protegerse, porque esa protección podía condenarles a muerte. Sólo cabía rezar; y «robarle» los chicos a la escuela y llevarlos al campo –como yo lo hice– para no exponerlos más, y para no exponerme más, al sufrimiento. Recuerdo ahora toda esa época, teniendo consciencia del miedo que no pude tener, porque no había lugar para vivirlo. Una parte de mi vida profesional se desarrollaba en el comando en jefe de la marina. En el sector quizás más expuesto al peligro: pisos primer y noveno, dirección de Justicia naval. Mis viernes de libertad eran así: dirección de la casa hasta las ocho de la mañana, llevar los chicos al colegio para, finalmente tomar la costanera escuchando cassettes de Leonardo Favio –nunca fui demasiado intelectual. Ya en el comando de Justicia naval, dejar el auto, subir las escaleras del edificio «Libertad», sabiendo que en cualquier momento podía pasarme una bala por la espalda. Transpiración, frío, presentación de documentos para poder entrar. A pocos metros de mi despacho, estalló una vez una bomba que llevaba, sobre él, un conscripto guerrillero. Una vez casi envenenan al director de Justicia. A las tres de la tarde, Juncal 854; dejo el mundo del peligro para entrar en el grupo de «pertenencia», de huida y de «referencia». No recuerdo el piso, pero es allí donde comienza una de las historias que han llevado a proponerme preguntas: ser extranjero en otro país como Gertrudis V… L…, aristócrata rusa; casada con un represente de Krup. Fueron los más fuertes, los más ricos hasta el momento en que Argentina declara la guerra al eje, a finales del conflicto. Los bienes de las familias alemanas implicadas en la guerra del treinta y nueve al cuarenta y cinco son confiscados. Gertrudis pasa a constituir, en su casa, un salón literario al estilo del siglo XVIII, en pleno Buenos Aires, cuyo objetivo –creo yo– era sobrevivir de alguna manera, a los avatares económicos. Ella era el centro de una red de relaciones sociales que mezclaban la aristocracia europea con la aristocracia argentina. Así, nos conocíamos unos a otros. Entre la aristocracia europea había ciertas grandes fortunas, como la de Mira von Bernard, propietaria de Caleras Avellaneda, viuda como Amelia Fortabat, la dueña de Loma Negra, y su concurrente en los negocios. Un tercer piso, el auto en el parqueadero de la iglesia de Las Mercedes. De pronto yo me sentía joven, linda, elegante, inteligente y feliz. Entraba en lo de Gertrudis, y la casa tenía el perfume de las mermeladas de frutas mezcladas con incienso; el piano de cola, los rojos profundos, porque dominaba el rojo. Esa casa se había convertido en el punto clave para darse a conocer. No es por casualidad que mi consultorio fuera privilegiado por la aristocracia europea y argentina. Sin embargo, había momentos en que me raspaba el corazón, pues sabía que el colorido, la música, los idiomas diferentes que se hablaban, así como todo ese mundo cultural no llegaban a apagar la angustia de saber que mis hijos existían y que yo tenía miedo. Entonces todo desaparecía. Yo debía volver a casa urgentemente para apretar entre mis brazos a mis hijos. Sí, tenía que apretarlos, los apretaba. Comía un sándwich y me ponía a estudiar frente a la televisión, mientras los cuatro jugaban a sus proyectos, secretos o manifiestos. Los tres más chicos no sabían tal vez cuánto se puede sufrir y cómo es necesario huir de la debilidad para darles un modelo de fuerza. Ahora mismo, me siento amenazada por las lágrimas, por esas lágrimas que entonces no pude llorar. Estaba tan cansada de reprimir la responsabilidad, que me dormía sobre las faldas de la más pequeña, mientras los otros tres jugaban al lado y se decían: «No hables fuerte, mamá duerme…» Y mamá era ¡tan chiquita! y los cinco estábamos vivos y yo los protegía, dejándome proteger. Amar es una eternidad, es un instante, una coexistencia de pasados y futuros muy compleja: no hay que pensar, simplemente, dejar venir, contemplar. En ese momento también hubiera deseado que nos encerráramos todos en esa casa y que los chicos no fueran nunca más al colegio. Me veo a través del tiempo, como queriendo hacerles compartir la sublime intimidad de mi casa de niña. Esa imagen no se terminó. Me retiro correctamente de ella, porque esa gloria fugaz no existe más, y porque hoy no son los años 1973, 1974, 1975, 1976; es, simplemente, 26 de febrero de 1992, y estoy en el mundo y punto. ¿Qué querían los jóvenes de Perón? La pregunta quedó abierta pero la respuesta es una sola: «Un padre.» El padre arquetípico, activo, creador, alguien que los llevara a despertarse. Nuestra generación –la mía– fue una generación cuyos padres durmieron sin oportunidades ni peso político. Los nuevos padres –nosotros– fuimos, consecuentemente, nulos para satisfacer los deseos de transcendencia y nacionalismo; porque el peso político de la Argentina y la dictadura peronista hicieron que supiésemos más sobre la primera guerra mundial y los conflictos bélicos de Corea y Vietnam. No había lugar para saber dónde vivíamos. Nos ahogaron en vinos franceses, té inglés, jeans americanos y series extranjeras televisadas, y nos largamos a vivir –generación de despilfarro la de nuestras juventudes llenas de belleza y clase. Buenos Aires era una isla, un cuento más de la vieja Europa, un rincón más amplio y oxigenado de la divina y nada mítica Europa. París, Roma, Madrid, emergían en los atardeceres de la avenida Quintana, de la avenida del Libertador. Con los niños pequeños durmiendo en casa, nosotros amanecíamos en cafés elegantes del barrio norte. Fuimos la generación de la Dolce Vita de Fellini, de Hiroshima mon amour, de Alain Resnais y de Hace un año en Marienbad. Fuimos padres que creamos silencio y borramos identidad nacional, porque nosotros mismos nunca la habíamos conocido. Perón respondía a esa necesidad de identificación proyectiva, y lo quisieron imponer. Más allá de todo era el arquetipo de la revolución y daba muerte a los modelos insuficientes que cada joven vivía en su hogar. Pero Perón murió tontamente; porque en realidad las muertes a veces son tontas frente a un periplo vital heroico y sin escrúpulos como había sido el suyo. Perón fue un día de mayo, a visitar unos barcos de la armada argentina, tenía cerca de 80 años, tomó frío, perdió en pocos días las reservas de amor y odio que lo habían llevado a constituirse como una «fuerza de la naturaleza», y murió el 1º de julio. Después de haber arengado a los jóvenes para crear una fuerza, al fin unificada y sin disidencias, los dejaba brutalmente abandonados, divididos y huérfanos. Más confusos que nunca no pudieron sino identificarse al mito, sin poder llegar a diferenciarse y adquirir identidad, a veces ni siquiera como individuos. Así, llegó el caos; el caos romántico: «Dar la vida por… ¿Por quién? ¿Para qué? ¿En qué sentido?» Las generaciones se separaron a muerte. Los caminos se bifurcaron. ¿Qué querían los jóvenes de Perón? Un padre, al fin todopoderoso que les hablara como se les habla a los adultos. Y sólo obtuvieron un padre muerto; se refugiaron en una nueva orfandad, menos trágica que la primera en sus hogares, porque en ellos había muchos hermanos y banderas para identificarlos como grupo; aunque sólo fuera marginal. En Tucumán los guerrilleros conquistaron territorio y quisieron reivindicarlo como independiente, verlo reconocido por las grandes potencias. Búsqueda clara de otro padre. Allí se frustró todo. La enemistad entre las generaciones no se terminó; pero el cloroformo de las conveniencias y la comodidad aquietó los ánimos; y tal vez con buenos analistas la cuestión pueda arreglarse. |
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Doctora E. Graciela Pioton-Cimetti
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Eduardo Baleani, maestro de grado, sociólogo
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Me pasó que de niño fui muy tímido, me ponía mal la presencia de las personas si no las
conocía, y trataba de evitarlas al límite de esconderme para que no se me acercaran.
Por otro lado, en mi familia intima, siempre fui súper valorado por mis padres y abuelos y siempre me recordaban lo inteligente que era para aprender cosas y ponerlas en la práctica, cosa que me hace pensar seriamente en esta bilocación psíquica en la que me veía sumergido. Pienso que el contacto con la gente, que en general tratan a los niños como si fueran idiotas, y hasta les hablan de forma tonta como si los niños no entendieran nada, producía en mí una contradicción importante de destacar, entre un trato familiar gratificante y la exposición denigrante del contacto con las personas fuera de ese círculo. Mi "prestigio" familiar chocaba con el que me producía la gente en general. No podía llevar mi imagen familiar fuera de ese ámbito y eso me ponía muy mal. De hecho mi ambición imaginativa siempre fue ser líder de los entornos sociales en los que me introducía. Siempre quise vengar esa imagen mediocre en los grupos que me manejé, con la intención de reconocimiento por parte de ellos, con sueños de reivindicación de los valores supuestamente reales que poseía. Tal vez esa sobrevaloración de mis virtudes fue tan irreal como el mal trato de mis entornos sociales, cosa difícil de ver si uno es el objeto observado, y además debe aceptar que la realidad no coincide con las creencias afianzadas desde la niñez por los primeros constructores de significado, que son nuestros tutores. Pocas personas de avanzada edad tienen el atrevimiento de cuestionar todas las creencias en las que edificó su aparato psíquico, pero el que lo logró puede estar seguro que es parte de la evolución del ser humano. La vida es un perpetuo desfile en una línea muy fina, tal como el filo de una navaja, y cualquier desequilibrio lleva a un error, y cualquier deslizamiento a una herida. Transitar la vida implica tener una buena dosis de orgullo y una buena dosis de humildad. Es difícil mantener las virtudes si no existieran los defectos que la compensan. Cualquier exceso trae sufrimiento y el verdadero arte de vivir consiste en mantenerse en el justo medio. Por lo tanto si en alguna etapa de mi vida creí que solo la virtud y la inteligencia eran dignas de ser poseídas, ahora me doy cuenta que es una soberbia falta de equilibrio pensar de ese modo. |
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Licenciado Alejandro Giosa
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Hay palabras que con las diferentes culturas van tomando connotaciones que la alejan de
su supuesto significado primigenio. El tema del prestigio tiene en ciertos grupos
sociales, especialmente los espirituales sesgos negativos. Se relaciona a veces con el orgullo que
en general es considerado un defecto espiritual. Pero si vamos un poco al concepto que
representa, prestigio es una forma de adjetivar a alguien por su capacidad de haber entablado una
relación con otras personas, signada por la admiración hacia sus características destacadas en
algún ámbito de su accionar en el mundo.
Parecería que no merece esta palabra sufrir los efectos de su degradación, pero hay frases que signan su tendencia hacia connotaciones poco deseadas por ciertos grupos, como podría ser «solo busca el prestigio» «se compró esa camioneta para aparentar prestigio» «solo busca fama » Sin embargo prestigio es un buen significado para definir los logros de alguien que brilla en lo que hace. Y se relaciona mucho con los líderes. Esas personas que son ejemplo en lo que hacen y trascienden su ámbito íntimo son prestigiosas. Prestigio es una virtud. Es el logro de haber hecho algo bien. En general no se asocia a logros perjudiciales o negativos, como por ejemplo ser un hábil estafador, no se suele escuchar, salvo en forma irónica, que se diga que alguien tiene prestigio en estafas. Más bien se dice que es famoso por sus estafas, o que su reputación se relaciona con eso. Pero es común que ante la gran cantidad de vocablos que posee el habla, y la degradación natural que se produce con el tiempo, muchas palabras se usen para significar varias cosas, a pesar que originalmente no fueron sus significados propuestos. Es un hecho que los hablantes de un idioma usen cada vez menos palabras dentro de su vocabulario, y atribuyan múltiples significados a las pocas que se usan. En general con una sola palabra se quiere abarcar significados parecidos. Es más costoso intelectualmente, buscar las palabras adecuadas que transformar una ya conocida para que se «acomode» a lo que queremos decir. De hecho hay muchas palabras que dejaron de usarse, reemplazadas por estos «comodines» que pueden abarcar varios significados a la vez. Pero en sí sería justo que el vocablo que significa prestigio, tuviera siempre su connotación positiva. ¿Por qué quitarle su don? Y liderazgo, en su buen sentido, no en el sentido de «jefe de la banda» también es una buena palabra que habla sobre los grupos sociales y sus afinidades. Sean liderazgos virtuosos o no, el hecho social de liderar, transmite la idea de pensamientos y acciones grupales coherentes con sus propósitos. Tanto en el medio natural como el humano siempre existe y existió el individuo que marcó el camino, el más hábil que da el ejemplo a seguir, el que más prestigio y liderazgo logró por sus características diferentes. Es importante mantener en la cultura la posibilidad de que algunos integrantes de ésta puedan sobresalir del resto, que a través del esfuerzo y sus características, logren dar un paso más en la destreza humana para la obtención de logros. Así fue en nuestra historia. Los artesanos eran maestros en sus artes, sabían lo que hacían y lo hacían bien. Desde ese punto de vista la educación debería enfocarse también en la individualidad, para no dejarla de lado respecto al proceso grupal, porque las virtudes son poseídas por todos, y solo hace falta dejarlas expresar para contribuir al conocimiento humano en un proceso evolutivo. |
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Prof. Carla Manrique
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