Muchas veces luchamos por un objetivo común, ya sea en una institución o en un
emprendimiento grupal, y encontramos que en vez de recompensar nuestros esfuerzos, se nos "castiga" con más
o con nuevas imposiciones.
En momentos así se pone en duda nuestra voluntad de participación, y nos cuesta definir si seguir con la colaboración o bien hacer nuestra parte sin el entusiasmo que habíamos puesto anteriormente. El espíritu se retrae y en momentos como éste, sin alimento para seguir adelante, sufre un deterioro de su salud, un "enflaquecimiento", que luego va a ser difícil de compensar. Se necesita una fe ardua y los objetivos bien claros para recibir un "golpe espiritual" de este tipo y seguir adelante como si nada hubiera pasado. Lo que suele suceder en este mundo de decadencia, en todos los aspectos, creo que está relacionado con esto. Los ancianos son la expresión viviente de estos golpes al espíritu. La gran mayoría de la gente de edad avanzada no tiene objetivos para encausar sus días en actividades de valor real para ellos o para los que le rodean. No tienen más ganas de seguir adelante, y menos de iniciar proyectos que le insuman sus energías. La gran cantidad de fracasos e ingratitudes lo llevaron a ese estado. Cuando somos jóvenes pensamos que todo lo podemos, que luchando podemos llegar a obtener nuestros propósitos. Y sucede que a veces lo logramos y otras no. Pero seguramente los fracasos pesan más que los triunfos y de a poco nos proponemos menos objetivos y deseamos más mantener las condiciones en que estamos, que aventurarnos en nuevos intereses para nuestra alma. En china antigua la vejez era sinónimo de sabiduría y eso era respetado y daba una razón para vivir a los veteranos de la vida. Los jóvenes agradecían toda ayuda que un anciano pudiera darle como consejo o acción. Hoy en occidente, los ancianos son los grandes fracasados que no supieron hacer un mundo mejor, ni más libre, ni más feliz. Se les culpa de todos los males, y no se les agradece nada, aunque lo hayan hecho bien. Lo curioso es que tal vez toda esta actitud decadente sea el resultado de la carencia de gratitud en que vivimos. No agradecemos nada, siempre exigimos, reclamamos, y cuando recibimos algo es porque creemos que es nuestro "derecho". Nos creemos con derecho a recibir nada más, Acumular y nada más. Engordar. Odiamos entregar, dar, compartir. Esa es nuestra sociedad de hoy. ¿Y cual es el destino para esta cultura? Todos podemos imaginar un poco donde va a ir a parar esto. Somos muy egoístas. Parecería que el dar es una opción solo para el que quiere, y el recibir un derecho innato. Hasta tanto no aprendamos a agradecer, a dar a los que nos benefician el alimento al espíritu que hace que los propósitos buenos se mantengan y se refuercen, creo poco probable que mejoremos como raza y como cultura. |
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Licenciado Alejandro Giosa
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«Hubo una vez un río que detuvo su corriente para juzgar
a los peces que nadaban en él, a las costas que le servían de marco y a las algas que se alimentaban de su lecho. Pronto, sus aguas estancadas comenzaron a oler mal. Los peces y las algas murieron y nadie quiso aproximarse a sus costas» (De El Libro del Clan LeybourneSecretos del infierno y de la Tierra) Casi nunca nos atreveríamos a asociar a la ingratitud con la esperanza y muchos menos a decir que esta última no es una virtud, sino un vicio. Generalmente (y digo generalmente, porque no es una regla definitiva) la gente acusa a otros de ser ingratos, pues esperaban de ellos un retorno de algún beneficio otorgado. Muchas veces ese beneficio fue por partida doble, es decir, ambas partes pudieron aprovecharlo para sí mismos; por ejemplo, como cuando alguien le da empleo a otra persona y espera, además de su trabajo, el cual le provee de una plusvalía, que esa persona le esté "agradecida" Otras veces se trata de favores donde, claramente, el beneficio es para una sola parte y la otra espera un retorno del favor o alguna demostración especial de simpatía. Queda claro que cuando reclamamos algo a cambio de lo que damos, no lo estamos haciendo desinteresadamente. Debiera ser claro, también, que en todos los casos lo que se ve afectado es la ESPERANZA de un retorno, ya sea en agradecimiento, favores o especias. Pero somos desagradecidos por cultura y educación. Tomamos cosas de la Tierra y no sabemos a quien darle las gracias. Ni pensamos en ello, porque se nos ha dicho que "todo es para nuestro solaz y esparcimiento". Que el mundo nos pertenece. Lo que no se ha dicho es cuánto de este mundo es para cada uno. Y esto deja una zona gris difícil de resolver. El problema, repito, es el vicio de la ESPERANZA. Nos sentimos estafados porque tenemos esperanzas de que la vida, la tierra, el mundo y las personas nos recompensen. Y muchas veces ni siquiera somos merecedores de recompensas. Tenemos esperanzas y por eso reclamamos. Tenemos esperanzas en el amor y cuando no recibimos lo que, creemos, que es equivalente a lo que damos, consideramos que nuestra pareja es ingrata. Tenemos esperanzas en la amistad y llamamos ingratos a los amigos que no nos devuelven lo suficiente. Tenemos esperanzas en los hijos, en el trabajo, los empleados, los patrones, la sociedad, el estado, la religión, los padres, la vida y la muerte. Y todos ellos son ingratos con nosotros. Pobres criaturas La vida fluye, no comercia con nosotros. Y nos han enseñado a traficar hasta con Dios. Si matamos a la esperanza y, junto con ella, al hábito de negociarlo todo, nos queda sólo el fluir de los fenómenos. Nos quedan amigos, padres, hijos y parejas que hacen y comparten lo que pueden, lo que sus propias vidas determinan. Nos queda un universo sin juicio de valores. Nos arrebata esa función demoníaca de juzgarlo todo y a todos. Somos desagradecidos porque juzgamos. Somos desagradecidos porque especulamos. Agradecer es reconocer una "gracia", algo que se nos dio sin merecimiento de nuestra parte. Pero, ¿como puede ser esto si creemos merecernos todo? La primera gracia, se nos dice, es la que Dios nos dio: la de la Vida. Y tendríamos que estar agradecidos de ella, aunque no creamos en Dios. Con la Vida, queda en nuestras manos el hacer el resto. Pero creemos que, también el resto, debe sernos "dado". Y por esto inventamos la palabra ingratitud, que es la falta de reconocimiento de la gracia recibida. Demasiadas definiciones, digo, como para permitirnos llevar una vida suave y armoniosa, enérgica y a la vez persistente, como el fluir del agua en los ríos. Imaginen al río deteniéndose a juzgar las costas, las algas del lecho o los peces que lo habitan. Imaginen al río reclamando agradecimiento a todos ellos, al tiempo que olvida agradecer al cielo y a la lluvia por el agua que forma su mismo ser. Ahora, si hemos de agradecer, será a cada cosa que se cruza en nuestras vidas. A la experiencia dolorosa que nos enseña a ser más fuertes y sabios. Al amor pasajero. Al amor por siempre. Al extraño. A la vida que tomamos cada día para perpetuar la nuestra. Al aire. Al agua. Al fuego y a la tierra. Al ángel que se cruzó en el camino... y también al demonio que nos puso a prueba... A la vida... El hábito de agradecer genera un mayor fluir de verdadera riqueza en nuestra existencia. No nos engañemos... la idea de que no recibimos suficiente agradecimiento de los demás proviene de nuestro egoísmo personal y de nuestra pobreza interior. Proviene de una necesidad de afirmación egótica que nos emparente con el Creador de Todo. Dejar de negociar. Dejar de juzgar. Imitar al río... Tal vez así dejemos de creer en la existencia de la ingratitud
Carolina, Puerto Rico, 22 de marzo del 2006
exclusivo para «S.O.S. Psicólogo»
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Juan Carlos Laborde
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El desencanto que surge de las palabras de los políticos nos da muestras de una antigua ilusión:
de ser más felices y libres. Ellos no nos dicen nada sobre el futuro que desean, y acaso hasta
duden acerca de si sus acciones son convenientes o no. Seguramente en un pasado no muy remoto fueron
a votar por trasformaciones, por desarrollo, por justicia, por extensión de derecho, y sobre todo contra
la impunidad.
¿Y ahora? Ellos están al frente de todo y podrían hacer algo mejor en agradecimiento a la oportunidad que les esta dando Dios hoy. Como ciudadana que soy voto cada vez que debo hacerlo y pongo todas mis ganas solo porque deseo, como todos los ciudadanos, un país mejor con políticos honestos. Pero la verdad es que estas personas que se postulan para ocupar un cargo en el gobierno son desagradecidos, porque nos ofrecen a través de un discurso un país diferente, pero la verdad que no hacen nada por nosotros, solo por ellos. Gracias a nosotros ellos están ahí y la gente, como siempre, en el olvido. ¿Qué esperan de los ciudadanos estas personas ingratas? ¿Qué nos moramos de hambre? ¿Qué el país termine en mano de otros Estados? ¿Qué les pasa por la mente? ¿Qué sienten estos políticos? No aman a su patria que los vio nacer y les dio posibilidades para crecer, oportunidad de hacer algo por la Argentina, por su gente, ¿Por qué son tan desagradecidos con todo lo que recibieron? ¿No piensan qué hay un Dios? Hoy estas gentes del poder lo tienen todo, tienen la oportunidad de dar una mano a los que más necesitan, de transformar el desempleo, la pobreza, la falta de educación y mucho más, brindando oportunidades a los ciudadanos para que crezcan como ellos crecieron, pero para eso deberían ser menos egoístas y ladrones como son. Si reflexionaran un poco, con una mano en el corazón y pensando en Dios, la ingratitud, que llevan bien adentro, se transformaría en amor, amor a la patria, a sus habitantes, al cargo que pueden ocupar hoy y sobre todo amor a Dios, porque en la forma de pensar y de actuar que tienen no deben tener presente al Señor, sino serían más agradecidos por todo lo que Él les brindó. La misión de estos políticos es dar lo mejor de ellos a su país, a su gente. |
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Prof. Carla Manrique
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