Periódicamente caigo en la tentación de preguntarme sobre los motivos por los que
estamos sobre este mundo.
Tiendo en general a creer que existe una Verdad superior con grandes porcentajes de «objetividad» dentro de las posibles «verdades» que pueden existir. Sabido es que una verdad vista desde un punto de vista, puede no ser tanto desde otro diferente. Por eso hablar de verdad como lo hacen las religiones, por ejemplo, es una pretensión demasiado elevada para considerarla con seriedad. En una de esas ocasiones en que me pregunté sobre «la verdad» pensé que a través de los siglos de historia documentada no hubo grandes avances respecto al hallazgo de la «verdad», es decir, qué es la vida, para que estamos, quienes somos, hacia dónde vamos, etc. Y si bien algunos tal vez llegaron a vislumbrar algo más sobre los «otros mundos» calculo que no pudieron hacer mucho para propagar sus descubrimientos en otras personas y así lograr difundir sus aprendizajes. ¿Podrá ser que en realidad no tenemos que saber más de lo que sabemos? ¿y si nuestra misión es vivir en esta inconsciencia? Entonces se me ocurrió pensar que aunque exista un pasado (otras vidas) o un futuro tocando el arpa, o cualquier otro tipo de existencia, antes o después de esta vida, no nos corresponde saber más que lo que sabemos. Tenemos que arreglarnos con lo que tenemos y aprendemos. Sin embargo pienso que sí hay algo más. Pero nada de eso debería preocuparnos. Igual pasa con cualquier tarea que requiera de toda nuestra atención, en la cual nos concentramos en lo que hacemos y nada exterior a eso debe impacientarnos. Solo importa lo que estamos realizando en ese momento. Los deportes por ejemplo consumen toda nuestra atención y es necesario estar atento a lo que se está haciendo para poder desempeñar el lugar que nos corresponde. En la vida tal vez sea igual, se nos «manda» medio inconscientes a un mundo en el que tenemos que desarrollar nuestro aprendizaje de acuerdo a ciertos «conocimientos» que «traemos» como legado, puliendo y perfeccionando nuestras experiencias con intención de lograr «la buena forma de vivir» como meta hipotética. Creo que todos tenemos un «legado» ya que somos todos diferentes y tenemos distintas potencialidades, habilidades y hasta conocimientos que sorprendentemente poseemos en forma innata. No concibo una forma mas lógica de pensar el porqué somos seres tan diferentes «de entrada». Y aquí en el mundo de acuerdo a cómo vamos aprendiendo y desempeñando nuestras vidas, producimos un salto cualitativo que seguramente (ya que nada se pierde y todo se transforma) redundará en algo para alguien algún día..... Es que parece que no es fácil lograr ser muy virtuoso en este mundo. Lamentablemente es como remar contra la corriente. Sino no se verían tantos sacerdotes involucrados en faltas éticas graves, cuando se supone que tienen todas las condiciones de vida necesarias para llevar una vida virtuosa, entendida la virtud como una forma de vivir la vida del mejor modo para uno y para los que nos rodean. Parecería, de este modo de ver las cosas, que la vida es como un juego en el que nos «ponen» para que hagamos «nuestras cosas» y vayamos entendiendo cuál es la forma de vivir más eficaz, entendiendo la eficacia del mismo modo que la virtud: el mejor modo para uno y para los que nos rodean es decir, la acción en la que ganamos todos. Y no es fácil llegar a la «virtud» o la «eficacia» ya que ante todo necesitamos una mente «ecológica» que nos permita ver con mucha amplitud y consideración todo lo que nos rodea. Eso es lo único certero: se vive mejor siendo «ecológico» (eficaz), y tal vez esa sea nuestra misión en este mundo: llegar a aprender que la acción «optima» es la que nos permite ganar a nosotros como individuos y la que a la vez permite ganar al que tenemos cerca y a todo lo que nos rodea. Se me ocurre pensar que esa es la verdad que necesitamos conocer para vivir nuestra vida. No sé cuál es el premio, ni cuáles son los castigos por no lograrlo (aunque probablemente el castigo sea vivir las consecuencias de la acción «incorrectamente ecológica» o ineficaz). No estamos en situación de ver más allá de eso. No merecemos tal vez tener ese interrogante. Podría ser que venimos de un mundo (espiritual) en el que la «ecología» es naturalmente perfecta, y la verdad indiscutida. Este mundo material está lejos de esa perfección y verdad. Aprender en este mundo es cuestión de «vida o muerte» espiritual, el lugar perfecto para aprender y tal vez algún día disfrutar de la perfección sabiendo muy bien el precio que hay que pagar por ella. |
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Licenciado Alejandro Giosa
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La Verdad, un concepto filosófico absoluto.
No el contrapuesto a la mentira. Sino el que se refiere a la realidad última, algo que no puede ser discutido. Pues los hombres decimos que ésta o aquella forma de adorar a Dios o de representar a la Sociedad es la mejor, la única, la verdad ultérrima. O que la verdad sólo está en manos de la Ciencia... para descubrir con el tiempo que los resultados de la experimentación son influenciados por la mente del experimentador. El Taoísmo posee una verdad: Todo fluye (y cambia) El Budismo una interesante: El universo es mental. El fundamentalismo cristiano otra: Sólo Dios existe. Como concepto absoluto, pertenece al mundo de los arquetipos y es muy difícil, mucho, que lo veamos plasmado en el mundo material y concreto. Tanto es así, que creemos en un Dios Absoluto quien, sin embargo, comparte su reino con su mejor enemigo, Satán, otro absoluto... y ambos... conviviendo. Entre las verdades místicas, me gusta el concepto de los viejos celtas paganos: Hen Didvedd (el Dios origen de todo) habita en Ceugant tan alejado de nosotros que no hay forma de que podamos comprender su naturaleza. Como los hebreos cabalistas, manifiestan que existen 3 planos de la existencia y uno inefable: el de ese dios absoluto e impensable. Si lo analizamos a fondo, la idea de que Dios es inalcanzable para la mente humana es una verdad absoluta. Otras verdades absolutas: No podemos imaginar que el universo tenga un límite, una frontera, porque nos preguntaríamos `qué hay más allá", pero, al mismo tiempo, no podemos entender el infinito. Podemos comprender las mediciones del tiempo, pero, al mismo tiempo, sabemos que el tiempo es una porción de la eternidad, que el tiempo no puede ser finito, pues si lo fuera, nos preguntaríamos "qué sigue después", y no somos capaces de mentalizar la eternidad. Es decir: Vivimos en universo infinito y eterno, creado y dirigido por un Dios impensable. Esto es verdad. Tan verdad como que no podemos comprenderlo. O, para ser más exactos: nuestra mente dialéctica no puede describirlo. Pero ya, hace tiempo, Kant lo había demostrado. En nuestras manos, al alcance de nuestra mente, están las verdades relativas y cambiantes, producto de un universo que fluye. Al ser cambiantes, y relativas, no pueden ser verdades, sino fenómenos, conclusiones, opiniones. No hay palabra, discurso, concepto o ley creada por la mente humana que sea una verdad absoluta y constante. Por lo tanto: no sabemos qué cosa es la Verdad... aunque matemos para imponer la propia. Y matando y ganando guerras... nuestra opinión sigue siendo sólo eso, no se transforma en verdad. ¿Dónde, entonces, habita este concepto? Mis ancestros decían que los Aês Siddhe podían ver a Dios y, por lo tanto, sabían la verdad. En algunos evangelios apócrifos se dice que sólo Sophia (la diosa madre de Aldabaoth, el creador del universo) puede ver a Dios. Paradójicamente, Sophia significa Sabiduría. Este término no se refiere a la acumulación de información o títulos académicos. Sabiduría es ver la verdad, directa y llanamente. Y, para ello, es necesario haber superado los límites de la mente concreta. Es decir, evolucionado más allá del concepto dialéctico de la vida. Aldabaoth vive engañado, creyendo que él es Dios, porque está de espaldas a la verdad. Como los hombres. La humanidad, sin embargo, evoluciona. Y es de esperarse que, en algún momento, se produzca una mutación que nos lleve a superar nuestra forma de ver la vida. Entonces, en vez de pensar, intuiremos. En vez de especular, seremos capaces de discernir. Y comprenderemos que toda manifestación temporal es múltiple, diversa, colorida y diferenciada. Mientras que la verdad ultérrima es una, unificada, sin color ni diferenciación. exclusivo para «S.O.S. Psicólogo»
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Seonaidh Labraidh
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¿Alguna vez se han preguntado qué es el Valor de la verdad?, desde mi punto
de vista la verdad es un valor que indica en qué medida una declaración es verdad.
Ahora pasaré a relatar una historia relacionada con este tema: Hernán y José eran compañeros de colegio, y muy amigos, cursaban 2 años del secundario. Un día salieron muy contentos de la escuela porque les fue muy bien en sus exámenes y decidieron celebrarlo con una caminata hasta el arroyo, estaban muy entusiasmados, porque los esfuerzos del estudio daban buenos resultados. Así llegaron al arroyo. Allí se bañaron, pescaron, jugaron, y el tiempo se fue volando, cuando se dieron cuenta comenzaba a caer la tarde y tenían bastante camino por recorrer en el regreso. José se preocupó mucho sobre lo que diría en su casa, y se puso a elaborar una buena mentira, Hernán lo vio tan callado y pensativo que le preguntó que le pasaba, José le contó que seguramente en su casa estarían muy enojados por la tardanza y le darían un buen castigo y por eso estaba pensando que mentira decir, y los dos debían ponerse de acuerdo para contar lo mismo. Hernán no podía creer lo que escuchaba, y le respondió: «no podemos mentir, yo estoy acostumbrado a decir siempre la verdad, cueste lo que cueste y mis padres me escuchan y comprenden. A mí me enseñaron que la mentira tiene patas cortas y que al final siempre te descubren, por eso yo voy a acompañarte a tu casa y les diremos la verdad, pediremos disculpas y prometeremos no volver a repetirlo, tus padres entenderán, vos perderás el miedo y ganarás confianza.» Así llegaron a la casa de José, Hernán hablo con los padres, les explico todo y les pidió disculpas, pero ellos no entraron en razón, estaban muy enojados con su hijo. A José lo mandaron a su cuarto y le prohibieron seguir siendo amigo de Hernán. Luego llamo la madre de Hernán y hablo con la madre de José. Le dijo que prefería la verdad que le contó su hijo que una mentira para conformar a los padres y ocultar verdaderamente dónde estuvieron: «Yo siempre le digo a mi hijo que prefiero una verdad muy dolorosa a una simple y minúscula mentira. Lo que logra con esto es reprimir y hacer cobarde a su hijo, que no confié nunca en ustedes, que en el momento de tener un problema no lo cuente o diga alguna mentira para que no se enteren, pero nosotros estamos acá para enseñarles el valor de la verdad, el valor de sentirse feliz por ser sinceros con los demás.» Luego, dialogando, los padres de José se dieron cuenta que lo que le estaban enseñando inconscientemente a su hijo es a mentir y que si no le daban la libertad y confianza de ir con la verdad a pesar de cualquier cosa o situación de la vida, se estaría lastimando él mismo. Al otro día hablaron con su hijo José y le pidieron perdón por la actitud que tuvieron con él, le dijeron que tenía que cultivar la gran virtud de la verdad y que no debía perderla. Luego de la charla, José se quedo meditando sobre la conversación con sus padres y después de unos días se encontró con su amigo. José estaba súper agradecido con Hernán por haberlo ayudado a ir con la verdad y haber perdido el miedo de ser sincero con la gente. Pasaron los años y José le mando una carta de agradecimiento por haberle enseñado a tener el valor de decir siempre la verdad. «Querido Amigo: Durante estos años aprendí que la mayor recompensa por decir la verdad, es que me hace libre. Si digo la verdad no me preocupo por su consecuencia. Responde a mis motivaciones personales, que son racionales y lógicas. Expresan lo que creo bueno para mí y para mis semejantes. Mi verdad la sostengo y puedo repetirla siempre de la misma forma, porque responde a mi temperamento. Gracias a que siempre digo la verdad, vivo tranquilo y sin preocupación de que alguien pudiere aprovecharse de mis frases, porque representan la realidad de lo que creo, siento, hago y espero de los demás. Sentir que digo la verdad me da suficiente fortaleza espiritual, para creerme digno e influir en las demás personas y generar su confianza. Mi verdad no puede dañar a mis semejantes, porque todas mis actuaciones son en uso de mi libre voluntad. Expreso sólo lo que deseo, hago o soy capaz de hacer, sobre la base de mis principios éticos, sin importar si es o no del agrado de otros, pero siempre en función del bien común. Si miento pierdo mi libertad de sentirme íntegro, satisfecho y orgulloso de mí mismo». Valoremos la verdad y verán como se enriquece nuestras vidas y relaciones con los demás. La verdad nos da confianza. La verdad nos da libertad. La verdad nos hace vivir tranquilos y sin preocupaciones. La verdad nos da fortaleza espiritual. No hay cosa más hermosa que la verdad y sólo ella es amable. |
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Prof. Carla Manrique
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