Todas las modalidades de viajar tienen su encanto.

Cada año un nuevo horizonte para descubrir sin saber nada antes de ir sobre mi destinación. Un lugar a descubrir a partir de mi ignorancia deseada para dejarme sorprender.

Doctora E. Graciela Pioton-Cimetti



Te he amado de un amor que me destroza, yo el solitario que también tu has amado una vez

Te amé porque la inmensa Pampa solitaria me ha dado la fuerza de su deseo de tierra plena y mujer a fecundar.

Te he amado al punto de llevar sobre la montura de mi caballo tu pañuelo rojo. Una vez cayó en un arroyo y lo recuperé.

Estoy haciendo une fuego, mi caballo, yo y un gaucho que acaba de llegar. Hacemos el fuego sobre la tierra que devora… me diste el alma y estoy embriagado de ternura... Querido Amor, querido dolor, querida, querida. ¿Me pregunto sobre el color de tu pelo y tu piel?

Puerto de Santa Cruz… ¡Como está lejos! Siento tu boca y nuestros cuerpos salados de agua de mar. ¿Te dije que hubiera querido llevarte sobre mi caballo… para toda la vida y hacerme campesino y comprar una hacienda pequeña y rodearla de muros para que no pudieras jamás partir?

Puerto de Santa Cruz. ¡Cómo está lejos! y vos también me haz amado...

¿Te digo que te amo porque no estás más y solo deseo justificar mi melancolía cuando pienso en vos?

Si tal vez, pero a quien estarás ahora amando: tu pelo en el viento y la brutal ternura de la campaña. Ese fue nuestro cielo y el caballo inquieto celoso de vos.

El sol se acuesta, mi guitarra tiene la forma de tu cuerpo extendido. Acuerdo las cuerdas con la tristeza del vacio. La angustia me ronda.

¡Como fue maravilloso nuestro amor… si mi Dios, yo no recuerdo que la masa de tu pelo negro sobre les hierbas.

¿Quién partió? ¿Vos ó yo y porque? No sos vos que se fue. Mi pampa estaba en silencio y querías ruido.

Mi alma ha quedado en el espejo del lago y marcho rápido en el campo vacio de vos y he perdido mi sombra y el hombre sin sombra no puede ni siquiera volver la cabeza porque su alma ya ha partido.

(Extracto de una emisión sobre «El Gaucho, la Pampa y la melancolía», France Culture)

Doctora E. Graciela Pioton-Cimetti



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Eduardo Baleani, maestro de grado, sociólogo



Cuando era chico me asombraba que hubiese humanos tan valientes como los conquistadores de otras épocas capaces de emprender viajes suicidas a través de los océanos desconocidos sabiendo que corrían el riesgo de no volver jamás a sus hogares. Me preguntaba qué cosa dentro de sus cuerpos o mentes sería capaz de hacer que esos hombres se atrevieran a enfrentar una experiencia tan extrema en el devenir de sus días, pudiendo tal vez elegir otros destinos más tranquilos y previsibles.

Algunos me explicaban que muchos de esos supuestos aventureros no lo eran tanto ya que eran personas que estaban privadas de su libertad por algún crimen cometido y que se los obligaba a ir a esos viajes o bien ante una perspectiva de vida en sus lugares de reclusión preferían arriesgar sus vidas con un destino incierto pero con probabilidades de ganar algo de libertad.

Igualmente no todos los viajantes exploradores eran personas que no pudieran tener una vida mejor en sus vidas normales. Muchos fueron y son aventureros por naturaleza y hay algo que los impulsa a actuar hacia lo desconocido o hacia la acción. Esos son los viajeros que me gusta analizar porque son los de psicologías más interesantes.

Hay humanos que odian el cambio y se protegen en vidas monótonas pero seguras. Otros aman los cambios. Y en el medio una combinación de ambos.

Se podría decir que los que viven cambiando son los que probablemente se evadan de otras cosas como para no enfrentar sus problemas, y probablemente sea cierto en muchos casos. También podría ser que no se estén evadiendo sino que buscan algo. Y esos casos son los más interesantes porque seria interesante ver qué buscan y ver las coincidencias que existen entre los que podrían llamarse "buscadores de la vida".

Una vez conocí a un señor mayor. Me llamo la atención que a pesar de pasar los sesenta años vivía viajando. Lo conocí en un monasterio de una comarca alejada de todo, en medio del campo. Ambos estábamos en un retiro espiritual. Él vivía en el norte de mi país a más de mil kilómetros de donde nos encontrábamos. Pero también solía estar en mi ciudad de residencia a unos cuatrocientos kilómetros de donde estábamos y por lo que hablamos siempre estaba viajando, muchas veces a otros países. Me pareció una persona muy interesante. Siempre tenía anécdotas qué contar, y al haber conocido muchas culturas diferentes lo hacía a mí entender, muy crítico y con buen tino de las trampas en la que estamos metidos los humanos.

Me decía que la diferencia entre culturas en los países modernos y especialmente en las ciudades grandes, no eran muy diferentes. Las grandes diferencias se daban en culturas aisladas o bien en pueblos chicos y alejados de las grandes urbes.

Me explicaba que en ciertos lugares la gente creía que lo más importante era tener gran descendencia, es decir, muchos hijos y eso para ellos era el valor más trascendental, más que el dinero o el confort, y de la misma forma en que nosotros nos enorgullecemos de los que poseemos materialmente, ellos con el relato de sus muchos hijos y nietos llegan a la felicidad. Ese fue, entre otros ejemplos muy llamativos, el que más me impactó. Mi familia constaba de pocos integrantes y parecíamos estar bien así, nunca hasta entonces me hubiera imaginado pertenecer a una familia con muchos integrantes, pero tenía que admitir que uno como progenitor de una gran descendencia se debe de sentirse de una forma especial tal vez como yo me sentía teniendo una vida de abundancia en lo material.

También me daba el ejemplo de la importancia que se le da a la vida en nuestras culturas, al punto de discutir con fervor sobre cuándo el ser empieza a ser humano en su gestación mientras que en otras culturas al recién nacido se lo somete a pruebas de resistencia para saber si es apto para vivir o si debe ser descartado.

Me decía que muchas veces creemos que nuestra cultura es muy valiosa. Lo mejor que tiene el humano, y que sin embargo para el que ve, en otra perspectiva la actuación de las personas en diferentes culturas, le quedaría en evidencia que la gran prisión es precisamente lo que debería darnos protección, es decir las costumbre culturales.

Lo que nos lleva a pensar de un modo determinado, actuar en ese sentido y sentir aunque sea en contradicción inconsciente, son los predicados de la cultura. Así todo lo que está naturalizado, como el mentir, el matar animales para comer, el individualismo, la codicia y casi todo lo que hacemos está impregnado de la cultura que nosotros mismos inventamos, de las reglas de la moral que apoyamos y de las religiones en las que creemos. Todos inventos humanos. Nada de eso es de la naturaleza.

Por eso es que hay una psique, por eso hay una psicología, para tratar de corregir la desviación que nos alejo de las cosas naturales y simples.

Los buenos viajeros tienen esa visión de la cultura, aunque no lo hagan saber. Y saben que es poco lo que pueden hacer para mejorar el mundo, mientras las culturas dominen el quehacer de la sociedad…

Licenciado Alejandro Giosa



En mi juventud, el viajar era cotidiano para mí. A mi predilección por las salidas de mochilero, se sumaron viajes a otras ciudades para visitar y pasear con alguna novia; pero lo más común eran mis salidas de ensueño.

Una salida de ensueño es un viaje a cualquier lugar, o a ningún lugar, que se produce en cualquier momento, el vehículo es una mente capaz de permanecer largo tiempo en la brecha entre la vigilia y el sueño.

Los esotéricos lo llaman viaje astral, pero lo practicaba mucho antes de saber qué era.

Un destino común de mis viajes era un campo cubierto de hierba verde, alta hasta mi cintura, con árboles en el horizonte y miles de mariposas amarillas volando contra un cielo azul.

Allí podía ver sucesos y hablar con personas en situaciones que, prontamente, sucederían en la realidad.

Así conocí a mi primera esposa muchos meses antes de conocerla, allí ví como Mónica se alejaba para siempre de mi vida en un vuelo hacia Mar del Plata, o mi divorcio y mi romance con Patricia.

Luego vinieron los viajes del comercio, los que te llevan a países extranjeros a comprar o vender, o asegurar embarques.

Y, finalmente, los viajes de la miseria, que son los que haces cuando decides emigrar para ver si mejoran tus asuntos financieros. Ese fue mi viaje a Italia que terminó a medio camino en Washington DC y, luego, en Puerto Rico.

Con el tiempo, dejó de importarme dónde estuviera, mientras pudiera vivir en medio de un paisaje campestre.

Y así fue que mis piernas me llevaron a las orillas del lago Carite, a sobrevivir.

No sé a ciencia cierta qué me han aportado mis viajes. He vivido en grandes ciudades como Buenos Aires y Washington DC, visitado pueblos, cascadas, selvas y navegado y buceado por las islas del Caribe.

He experimentado huracanes, aludes, tormentas marinas, inundaciones y lluvias copiosas. Mojado, hambriento, sin agua, solo, con frío, con calor, con el abrigo de un sol tibio, la caricia de las olas, la piel de una mujer.

Este ha sido mi viaje por este mundo, del que partiré pronto. ¿Adónde irán mis recuerdos? ¿Conmigo tal vez? ¿Para qué han servido? pregunta sin respuesta…

¿Será que, al partir, mi espíritu se desprenda de la cárcel de mi alma y vuele libre por las galaxias? ¿Habrá galaxias en el universo espiritual?

¿O seré engañado nuevamente y traído de los cabellos a una nueva vida? Gestación, nacer, llorar, crecer, decrecer, morir… En manos de un Dios cruel que se ha apoderado del planeta.

Suele decirse que el que se marcha, lo hace por cobardía. No lo sé. Siento que cobardía es quedarse, echar raíces, arroparse en lo conocido y confortable.

En todo caso lo mío es viajar. Después de todo la vidente me dijo que fui vikingo en mi anterior vida será por eso que me resulta tan familiar el navegar.

Ya no sé si pertenezco a algún país. He visto que todos están poblados de una humanidad numerosa, el mono-sapiens, entre la cual vive otra humanidad, minoritaria, que parece tener un espíritu individual.

Y también hay ángeles mezclados tal vez no ángeles, sino espíritus galácticos. Los hay, algunos.

En el mundo de ensueños, en cambio, la variedad es inmensa, similares a esos personajes de Tolkien. Allí vive mi tatara-abuelo Labraidh au Cladeb, un rey celta del inframundo. Allí hay, también, elfos, gnomos, asuras, hadas, rokuro-kubi´s, dioses, semidioses, centauros, faunos. Es un mundo maravilloso, pero te pierdes en él fácilmente y el precio por perderse es la locura, otro viaje, otro mundo.

En la parte más baja del inframundo, está Cthulhu, donde habitan primordiales y arquetípicos y se perdió para siempre Howard Phillips Lovecraft.

Esos viajes que hacen los escritores resultan a veces muy peligrosos.

Como dijera Roy Balty:

Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo... como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.

Guaynabo, Puerto Rico, april del 2018
exclusivo para «S.O.S. Psicólogo»
Juan Carlos Laborde



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