A falta de editorial, nuestra presidenta, Graciela Pioton-Cimetti de Maleville, quien nos dejó el 31 de enero de 2023, nos ofrece este tema, querido por su corazón y por su mensaje espiritual, que había elegido a principios de 2022.
SOS Psychologue



La caridad: una oportunidad inesperada en la vida o el ejemplo de un médico argentino
(Graciela nos cuenta un ejemplo de caridad en su país natal, en un extracto de su libro “Nicanor” donde mezcla autobiografía e historia)

1963

En ese año la ONU consideró el asunto de la soberanía de Argentina sobra las islas Malvinas. Alejandro ya sabía, como lo habían sabido en su momento sus ancestros, «que las Malvinas eran argentinas». ¿Pero había tenido alguno clara imagen, o imagen posible, de las Malvinas? Esas ignotas islas que los Ingleses sólo podían reclamar como escenario ideal de la dramaturgia shakesperiana y nada más; porque en ese año 1964 no eran, ni siquiera estratégicamente, importantes. La guerra tibia o fría se jugaba más, sobre el núcleo geográfico constituido por Cuba en la América central y por Rusia y los Estados Unidos en el concierto mundial. La pincelada europea fue la visita de Charles de Gaulle a Argentina. Buenos Aires estaba conmocionada. Reacción normal, si se tiene en cuenta su tradición cultural francesa e incluso que algunos de sus escritores habían escrito antes en francés que en castellano. Con de Gaulle llegaban Honorato de Balzac, Emilio Zola, Victor Hugo y los románticos, que en su aburrimiento y «bostezando la vida», hacían sufrir el corazón fogoso de las intelectuales argentinas, tanto como el de tontas niñas burguesas que hubieran soñado calentar sus camas y hacerlos dormir de sana fatiga, en lugar de bostezar la vida como dice Chateaubriand. El trayecto del general, el cielo azul resplandeciente de Buenos Aires –azul insolente que no pudo sino inspirar los colores de la bandera argentina– y esas nubes como copos o como el algodón dulce que comen los niños. Majestuosa Buenos Aires…increíblemente parecida a la Ciudad Luz. Jardines de Palermo, autos sports, mujeres lindísimas, excesivamente cuidadas y las barrancas del río. Hacia el norte verduras salvajes hundiéndose en al agua a partir de suntuosos jardines ingleses, abrazando mansiones donde lo notable no es la abundancia sino la elegancia. Y así pasó de Gaulle, con más ganas de detenerse a mirar que a tener entrevistas políticas.

***

A de Gaulle lo quieren en Argentina porque es un hombre de familia, y eso cuenta en el viejo Buenos Aires con olor a cirios y rumores crepusculares de cuentas de rosarios, que se escurren entre los dedos de almas sanas y piadosas. Misteriosa Buenos Aires; adolescente perezosa que guarda la inocencia aún buscando ser violada. No te escurras niña de las buenas costumbres; ni te divorcies ni tengás más amantes que los que tu director de consciencia puede soportar. Misteriosa Buenos Aires, tu sensualidad se pega a la piel como otra piel y bajo un ombú los besos saben a campo abierto y a hijos concebidos sin pecado. Misteriosa Buenos Aires; canto, lujuria, muerte, vida y más canto y más lujuria y más confesiones. Y el sol que no se detiene ni en invierno, porque esas cosas de ocultarse pasan en otras latitudes, no en Buenos Aires donde el pelo brilla y la piel, y hay un juego de luces en los ojos, y olor a picadero y hormigas, y más besos y jacarandaes. ¿Cómo imaginar siendo joven en Buenos Aires que Sartre se niegue a recibir el premio Nobel de literatura? No es que la cultura sea un barniz en Buenos Aires; no, muy al contrario, pero esas cosas de las ideologías se juegan más a nivel de comentario y toma de posición que de desgarramiento y herida. Pero sí fue un hecho en armonía con la realidad, que Martin Luther King recibiera el premio Nobel de la paz. El nombre de Luther King tiene resonancias que se pegan como su mirada. Ella pasó ese año con alegría, hasta el 8 de mayo cuando Agustín comenzó a tener fiebres muy altas e infecciones en los oídos. La paz se terminó de un hachazo y empezó el peregrinaje de cada día. Sí, de cada día, buscando el médico que podría curarlo porque en él la infección se declaró seis meses después de su nacimiento. La BCG que había recibido al nacer, como muchos otros niños ese año, estaba en malas condiciones. Ella no lo supo sino cuando empezó el peregrinaje porque la infección se había hecho evidente. Muchos niños habían muerto. Ella no lo sabía. Se preguntó si el niño podría morir, si aquel miedo nocturno después del parto no había sido un presentimiento. El chofer de taxi, que venía a buscarla todos los días para su peregrinaje sin resultados útiles, le dijo que en el puente Saavedra había un especialista al que llamaban el médico de los pobres, dado que atendía por casi nada, porque cuando su segunda hija tenía cuarenta y cinco días, estando él con su mujer en una partida de caza, una bala se escapó de su escopeta y atravesó el hígado de la pequeña. El prometió entonces dedicarse a curar caritativamente si la niña se salvaba y así fue.

***

Agustín tenía la cabeza abandonada sobre el hombro izquierdo de su madre; la cabecita en un gorro de lana azul. Estaba muy débil y decaído por las altas fiebres. El consultorio estaba en un primer piso, al que se llegaba por una larga escalera que a ella le pareció la del calvario. No solamente la sala de espera estaba llena, sino también la escalera. En el último escalón se quedaron así, abrazados, tan desvalidos el uno como el otro. Ella temía que el niño se volviera idiota por la fiebres. Las fuerzas de los dos parecían haberse terminado; pero no fue cierto, porque en cada madre hay un titán y son bien capaces de enfrentar al demonio sin más armas que la mirada y la autoridad que les da el ser madres. Pasaron mucho tiempo así; subiendo lentamente. Cuando finalmente la puerta del consultorio se abrió, la fe los envolvió en el acto. El médico era pequeño, delgado. Con una mirada más simpática que inteligente, demostró haber comprendido que era al niño a quien debía curar, aunque la madre parecía transida de miseria. El médico actuó rápidamente. Agustín no tenía ni fuerzas para llorar cuando le exprimió los adenoides y le limpió los oiditos. Las fiebres le habían desviado los ojos. Esa noche el niño no lloró y casi no tuvo fiebre. Continuaron yendo durante meses. La noche de Navidad en Maipú, tomaron una foto de familia. Agustín estaba en los brazos de su madre. Cuando la foto fue revelada ella vio que él tenía los ojos desviados, pero que estaba vivo. Mientras lo amamantaba creyó ver claramente que ciertos angelitos de la guarda se habían puesto a jugar en el moisés del niño un jueguito llamado: «Descuartizando diablitos.»

Doctora E. Graciela Pioton-Cimetti



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Eduardo Baleani, maestro de grado, sociólogo



En cierta ocasión de muy niño fuimos con mi familia a pasear al campo de unos tíos y en esa época los vehículos eran muy lentos y los viajes duraban mucho tiempo. Emprender un viaje de apenas unos kilómetros al campo era una travesía que había que preparar con unos días de antelación y no olvidarse de nada, y era importante llevar muchas herramientas ya que los autos solían descomponerse por alguna extraña razón que hoy no comprendo, pero de hecho sucedía.

Entonces salimos de la ciudad y agarramos la ruta muy contentos de ver como cada vez había menos casas y más pasto y árboles.

El tema es que una hora antes de llegar a nuestro destino vimos sobre la ruta un vehículo parecido al nuestro detenido al lado de la banquina aparentemente con una falla del motor.

Lo que sucedió entonces fue incomprensible para mí. Mis padres pararon nuestro automóvil a cierta distancia del vehículo averiado y salió mi padre a hablar con la persona que estaba en el auto agachado sobre el motor de su auto.

¿Cómo podía ser que a poco de llegar tuviéramos que hacer eso?. Me dio mucha ira el hecho de estar ya saboreando los festejos de la llegada a casa de mis tíos y que haya acontecido un imprevisto así, por algo que no tenía que ver con nosotros, salvo que el otro automóvil era parecido al nuestro, no me acuerdo bien si en la marca o el color.

Me puse muy serio y estuve largo rato esperando que regresara mi papá, siguiendo sin entender qué era lo que pasaba. Pensaba que tal vez mi padre conociera a las personas del otro auto o que tal vez haría algo para cobrar su trabajo de electricista ya que a ello se dedicaba.

En definitiva los minutos se transformaron en horas largas y penosas, y en la realidad no sé cuánto tiempo transcurrió, entre que mi padre habló con el otro señor, volvió a nuestro auto por herramientas y luego se internó bajo el capot del auto vecino. Al final, después de ese tiempo infinito para mí, parece que el automóvil en cuestión arrancó y salió a la ruta, incluso antes que el nuestro se pusiera en marcha. Papá volvió muy contento, arrancó el auto y seguimos nuestro camino, que por suerte no contó con más demoras.

Entonces mientras conducía por la ruta nos contó que esa "pobre gente" no entendía nada de mecánica y que hacía más de una hora que estaban parados al costado de la ruta tratando de hacer algo, pero no lograban hacerlo. Papá muy orgulloso de sus actos contó todos los pormenores de cómo lo solucionó, y yo fui descartando los argumentos que había imaginado de porqué se había detenido. No fue porque conociera al señor del otro auto, no fue para cobrarles la reparación, y tampoco fue para retardar a propósito nuestro viaje, porque no había motivo para hacerlo. No quise preguntar nada para no quitarle la alegría a mi padre, y como yo sabía que si hablaba, por mi enojo provocaría su malestar.

Más tarde, cuando llegamos con mis tíos y nos ubicamos en nuestros lugares, y me relajé un poco, me di cuenta que en realidad no había sido tan grave la demora y mi enojo no estaba tan justificado como pensé mientras pasaba.

Fue entonces que mi papá me invitó a caminar por el campo, y pensé que él sabía que yo estaba nervioso todavía y que la caminata me relajaría un poco.

Así fue que después de atravesar un hermoso parque y corrales, mi papá me explicó que para él ayudar a la gente lo hacía sentir más humano, que había un goce y una alegría difícil de explicar cuando lo hacía, y que no siempre la vida te da la oportunidad de ayudar a alguien en forma desinteresada e inocente y que no se confunda con intromisión, o hasta como agresión, y que él vio en ese momento la oportunidad de ser bien recibido y aceptado a colaborar con esta gente que atravesaba un momento dificultoso. Dijo que no iba a perder la oportunidad de contribuir a su dicha.

Y creo que lo entendí. Había un motivo para lo que hizo, y es cierto que casi siempre hacemos cosas para sentirnos bien, pero lo hacemos desde perspectivas más físicas, de placeres más físicos y no desde satisfacciones más espirituales o sentimentales.

Fue una linda anécdota que siempre recuerdo, porque si bien al principio me pareció que la explicación de mi papá era lógica, no pude vivenciarla como él lo había hecho, pero ello me llevó a que en otras ocasiones de mi vida y ante circunstancias semejantes a las vividas en esa ocasión, yo considerara actuar como mi papá y si bien no siempre las aproveché, sí logré sentir lo que supongo él sintió en aquel momento.

Me dejó una linda enseñanza esa historia que siempre tengo presente y siempre le encuentro más valor y alegría de recordarla.

Licenciado Alejandro Giosa



Dos palabras que se pronuncian mucho y que parecen pertenecer mas al ambito de la religion que de la vida comun.

Sin embargo la humanidad sobrevivio al medio ambiente natural gracias a la camaderia y las comunidades que actuaban en conjunto.

Sin solidaridad, el hombre queda desprotegido.

En los tiempos actuales, donde el "sistema" ha operado eficientemente en procura de dividirnos y generar desconfianza, no solo en el entorno de la seguridad personal, sino también de la salud, el aislamiento es casi total.

El sistema aboga a favor de la codicia y la competencia, pero ¿quien gana con esto?

Poco a poco, en diferentes oleadas, se disolvio el vinculo de los clanes, el familiar y, ahora, el que existia entre los individuos.

Cada uno de nosotros nos hemos convertido en unidades autonomas, independientes y temerosos de los demas.

La desconfianza ha reemplazado a la compasion y asi estamos.

¿Son estas virtudes espirituales? Pertenecen solo al ambito de la religión con poca incidencia en la vida cotidiana.

Pero equivocamos el rumbo cuando creimos que la espiritualidad era un asunto moral.

La solidaridad y la compasión son partes fundamentales de nuestra sobrevivencia como especie, o lo entendemos o continuamos en nuestra pendiente hacia la autodestruccion.

En tanto la cuestion espiritual, desviada hacia la fe ciega, corresponde en realidad al profundo estudio y practica de nuestra propia esencia.

La espiritualidad se busca con el conocimiento y se practica con al amor hacia los demas practicamente este amor se manifiesta como solidaridad y compasión.

exclusivo para «S.O.S. Psicólogo»
Juan Carlos Laborde, Consultor espiritual



Como educadora entiendo que el primer desafio de esta ciencia es superar la dicotomia entre los objetivos propuestos y los realmente realizados.

En la actualidad es una realidad mirar como al estudiante se le inculca la competencia como valor lo cual está renido con las ensenanzas sobre solidaridad y caridad,

¿Como conducir al estudiante hacia valores humanizantes cuando nuestra cultura está edificada sobre valores financieros y productivos?

Partiendo de la idea de que los valores humanitarios comienzan desde el hogar y se fortalecen en las Instituciones, nos encontramos con el hecho de que en la mayoria de los casos los educadores no han sido formados en estos valores por ende se miran las falencias a la hora de querer impartir los mismos sin evaluar que esta carencia proviene de la misma estructura social.

Por eso es importante capacitar a los Docentes para que estos obtengan diferentes herramientas, las cuales les permitan corregir la falta de estos valores en los estudiantes; a traves de actividades cotidianas que les ayuden a tener una vision clara de la realidad en la sociedad.

Ejemplos de las mismas podrian ser:

· Compatir loncheras (refrigerios)

· Proyectar peliculas relacionadas con dichos valores

· Incluir la materia etica y valores

· Realizar proyecciones de sociedades desarrolladas con diferentes valores

Caridad y solidaridad se deben desarrollar en un ambiente lleno de empatia y respeto por el otro, comprendiendo que todos lo necesitamos. Ser caritativo es ser menos egoista y pensar en los demas y aunque creamos que los niños son pequeños para entenderlo, lo cierto es que entre ellos se ayudan mas de lo que pensamos, seguro llegaran a comprenderlo naturalmente.

Yolanda Lara, licenciada en Pedagogia Infantil



Había una vez un hombre muy rico llamado Carlos. Él tenía una gran fortuna y vivía en una lujosa mansión rodeado de todas las comodidades que el dinero podía comprar.

Un día, Carlos decidió hacer algo bueno por los demás y anunció públicamente que iba a donar una gran cantidad de dinero a una organización benéfica. La noticia se difundió rápidamente, y todos elogiaron la generosidad de Carlos.

Sin embargo, cuando llegó el día de la donación, Carlos se arrepintió. Pensó en todas las cosas que podría hacer con ese dinero, y decidió que era demasiado valioso como para regalarlo. Así que, en lugar de donarlo, decidió guardarlo para sí mismo.

Pero entonces, un día, Carlos se enfermó gravemente. Los médicos le dijeron que necesitaba un trasplante de hígado para sobrevivir, pero el dinero no podía comprar un órgano nuevo. Carlos se dio cuenta entonces de que, aunque tenía mucho dinero, no podía comprar todo lo que necesitaba.

Entonces, Carlos decidió hacer algo diferente. En lugar de guardar su dinero para sí mismo, comenzó a donarlo a organizaciones benéficas y a ayudar a las personas necesitadas. Descubrió que al ayudar a los demás, se sentía mucho más feliz y satisfecho que cuando solo pensaba en sí mismo.

Con el tiempo, Carlos se recuperó de su enfermedad gracias al apoyo y la ayuda de las personas que había ayudado. Y aunque todavía era rico, decidió que lo más importante era compartir su riqueza con los demás y ayudar a las personas necesitadas.

La historia de Carlos es una lección sobre la caridad y la solidaridad. A veces, podemos estar tan enfocados en nosotros mismos y en nuestras propias necesidades que nos olvidamos de la importancia de ayudar a los demás. Pero cuando nos damos cuenta de que podemos hacer una diferencia en las vidas de los demás, descubrimos que nuestra propia felicidad y satisfacción también aumentan.

Prof. Carla Manrique



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