Bernanos evoca en este texto las características de las próximas civilizaciones: "Ganado humano harto de
todo, saturado y repleto hasta lo más profundo, bendiciendo su servilismo".
*** El invita a los cristianos a recordar su deber sagrado: "Esperamos de la Iglesia lo que Dios espera de ella: que forme hombres verdaderamente libres. Una especie de hombres libres particularmente eficaces porque la libertad no es para ellos, solamente un derecho, pero una obligación, un deber del cual darán cuenta a Dios". *** De hecho, hay que tener en cuenta esta conclusión: que la cultura humana es de más en más necesaria para unir los hombres que la especialización tiende a separar tanto como las supuestas ideologías de la liberación. |
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Doctora E. Graciela Pioton-Cimetti
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El tema me emociona profundamente e imágenes surgen a través de mis recuerdos perdidos en
las tinieblas del tiempo.
«Miramar», en el campo, después de un día en la playa, llegábamos mis hijos y yo a la finca, La tía nos esperaba con la merienda. El crepúsculo en los campos de maíz. Los eucaliptos, plantados en hileras cuatro por cuatro, se perdían con su gran altura en el cielo....Yo me pierdo todavía en mis recuerdos. Con el viento los árboles hacían murmullos como si fuesen catedrales naturales. Veo también caer las hojas, oigo el ruido de mis pasos caminando sobre las hojas muertas. Me recuerdo los ruidos, los aromas, los colores del verano con ese cielo azul profundo, los caballos, los perros y mis cuatro hijos que crecían en esta naturaleza privilegiada y fausta. *** En el año del nacimiento de mi segunda hija fue plantado un ciprés cerca de los estacionamientos. Encontré una foto de la tía durante el crepúsculo sentada en el césped con mi hija en sus brazos. *** La tía nunca tuvo hijos, yo era hija única pasaba el tiempo entre mis abuelos y mis tíos. Crecí con una cierta incertidumbre de sentimientos. ¿Cuáles eran mis verdaderos padres? *** Un amor profundo e incondicional me había ligado a mi abuelo, quien me consideraba como el más grande regalo del cielo, gracias a su hija, mi madre, que lo hizo abuelo. Mi abuela era su amor era menos espontáneo. Era presidente de la Academia de la historia, su acción sigue presente en mi vida. Sembró en mi naturaleza fértil lo que ella era: una mujer moderna para su época. *** ¿Mis padres? Mi mama era adorable, infantil, alegre: una eterna adolescente. Mi padre era un brillante profesional. Fue mi modelo. Hice todo lo que el consideró lo mejor para mí. ¡Gracias papa! ¿Mi tío y mi tía? Para mi tío era yo un poco como para mi abuelo: fui su felicidad de vivir. Mi tía fue la continuación de mi abuela en mi educación y aún más ya que me acompañó en la educación de mis hijos. *** Ella era extraordinaria, y al final de sus días, cuando ella era de edad muy avanzada, recibimos de ella, mis hijos y yo, mucha presencia y mucho amor. Conclusión: la pareja como padres eran mi padre y mi tía. Y yo llego al final de mi historia personal: yo crecí en una cierta confusión, y para diferenciarme me casé muy joven y tuve cuatro hijos. En mi último artículo "Renunciar" hablé ya de mis hijos y de mi partida, para siempre según creo, hacia Francia. Así ustedes me conocen ya mejor. Yo quería tener hijos y secretamente me siento desolada de que hayan crecido, pues los amo demasiado, pero yo era un buen modelo: ¡"yo he dado testimonio en tanto que modelo"! Ellos se convirtieron en dos médicos, un abogado y un doctor en ciencias políticas. Y ellos tienen siete hijos, habiendo desaparecido el mayor sin tener hijos. Pues bien, todos nosotros, mis hijos y yo, hemos devenido adultos y separados. Y cuando digo separados, no miento. Nuestros territorios de vida no se entrechocan nunca. Ello me hace pensar en la historia de los erizos que narraba Freud: "Como hacía frío, los erizos se acercaron entre sí para recalentarse, pues estaban demasiado alejados los unos de los otros, pero cuando estaban demasiado cercanos las espinas los herían, así pues se colocaron a una buena distancia, cercanos pero no demasiado ". Con mis hijos, la buena distancia del análisis puede funcionar. *** Nos ocurren muchas cosas cuando los hijos crecen. Es necesario aprender a amar a distancia, y creo que hay que tener ello en cuenta:
Nosotros, los padres, también podemos tener hijos espirituales. *** Mi construcción, en tanto que madre, consiste hoy en día en dejar venir las cosas, contemplar, comprender, y más tarde interpretar. Estad en paz. ¡Si vosotros tenéis ganas de enfrentaros a ciertas actitudes incomprensibles de vuestros hijos, proponed la confrontación! Ellos son responsables, como nosotros mismos, quizás lo somos. En mi caso, ellos han escogido sus cónyuges, sus amigos, sus estilos de vida. Yo no tengo nada que objetar a ello pues sinceramente les tengo confianza. Ellos han sido buenos alumnos. El apuntalamiento ha sido excelente. Mi conciencia está muy tranquila. Cuando los hijos crecen manifiestan lo que nosotros hemos sembrado. Ahora yo quisiera hablar de mis sentimientos durante el tiempo en que esperé a mis hijos y cuando tuve el parto. Yo no tuve hijos a ciegas, no. Reflexioné mucho antes de decidirme a tener hijos, pues yo tenía que superar mis sentimientos contradictorios, sabiendo que cuando uno da la vida, uno da la muerte. La cuestión me hizo reflexionar mucho y, entre el primer hijo y el segundo, transcurrieron cuatro años. Los períodos de embarazo fueron sublimes, los partos sin ninguna anestesia. Todo fue vivido con los ojos y los sentidos bien abiertos, ¡gracias a Dios! Pues el así llamado sufrimiento no existe y salimos de la clínica con un regalo. Pero cuando yo permanecía sola con el recién nacido, vertí muchas lágrimas de amor y de sufrimiento para hacerme perdonar el haberles dado la vida y exponerlos a lo desconocido y a los obstáculos de la existencia Eso es todo, y yo los amo, adultos queridos, y estoy en paz
Escrito en París el 8 de diciembre,
día de la Virgen, en el año de la Misericordia, y hace muy buen tiempo, tanto sobre la tierra como en el cielo, adonde partió mi bien amado hijo mayor. El Salmo 125 dice al final: "Quien siembra en lágrimas, cosecha en la alegría". ¡Para reflexionarlo! Traducido del francés por Gabriela Trejo |
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Doctora E. Graciela Pioton-Cimetti
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Somos seres de tacto y contacto.
Somos hombres y mujeres de mirada y visión acostumbrados a lo próximo. Somos personas de cercanía. Y sin embargo el deseo nos habita en lo penetrable e impenetrable de nuestro ser. Y ese deseo es visión, audición, con el gusto del beso y contacto del abrazo. Pensamos a nuestros hijos, nos pensamos a nosotros mismos y vamos dibujando el contorno de ellos y de nosotros con sonrisas, angustias, temores, esperanzas ya desde el primer anhelo de maternidad. Ser mama fue y es para mi la plenitud del amor, la enseñanza del devenir de la vida, la maravilla del descubrimiento y la amplitud y ensanchamiento de mis espacios psíquicos. Aún en los momentos mas dificultosos y tristes de mi vida, el recordar y rememorar los partos y ese temblor y acercamiento con mis hijos fue y es la plataforma abundante que me permitió y me permite una mirada sensible hacia las verdades del amor, hacia la potencia de la sanación, hacia los caminos liberados de malezas para andar en libertad. Mis hijos me enseñan y me han enseñando que estamos cerca aún en la distancia geográfica, que somos familia por elección, que la amistad con ellos no excluye mi maternidad ni mi actitud maternante hacia ellos. Y he aprendido la templanza del agradecimiento porque sus almas me han elegido como mama. Y he conocido con ellos la aceptación de sus gustos y deseos diferentes a los mios y sin embargo la integridad de nuestros vínculos He aprendido sobre la alteridad, sin que sea un concepto teórico, sino una vivencia cotidiana. Sigo aprendiendo que no es una vergüenza extrañar cuando están lejos o distantes o ensimismados en sus temas personales y siento y se que existo mara mí y para ellos aún en esos momentos. Conocer, aprender, agradecer, sonreír, llorar, angustiarme y alegrarme todo esto esta incluido en mi amor hacia ellos y con ellos. Y cuando los hijos crecen y se van nos preguntamos ¿se van? O "están en ellos, con ellos, con sus anhelos, deseos y oportunidades sabiendo que estamos aquí, amparándolos y cuidándolos en concepto, en pensamiento, en presencia y en realización, estén donde estén y estemos donde estemos".
Mis palabras son escasas al lado de mis emociones y sensaciones en amor y con amor hacia esta vida que me ha otorgado este placer: ser la mama de Guido y de Marcia. |
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Lic. Rut Cohen
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Es un deseo inmenso compartir con ustedes sentimiento de compasión por los atentados en Francia.
En verdad cuando los hijos se van es algo que conmueve el corazón. Los pensamientos se instalan en preguntas por el sentido de la propia vida, por los nuevos derroteros, por la incertidumbre del porvenir. Pero la verdadera pregunta es respecto a la ascensión de la humanidad a un estado de conciencia superior que nos permita consolidar la solidaridad, la bondad, el respeto por lo diferente, la amplitud de propósitos creativos, la amabilidad por cada una de las encarnaciones que conviven en nuestro planeta. Cuando los hijos se van porque deciden conformar sus vidas según sus anhelos puede llegar a ser incómodo pero siempre es maravilloso porque significa que su autonomía les permite elegir y llevar a cabo sus propósitos. Pero cuando parten tan abruptamente personas que no han decidido ese camino es muy traumático y mutilante para sus padres, y todos sus seres queridos. Y es en estos momentos en que nos amparamos en la esperanza y en el inmenso deseo de colaborar desde nuestras posibilidades a sembrar amor y perdón en el planeta tierra con la fuerza y la abundancia del multiverso cubriéndonos con lluvia de estrellas y polvo de amor. |
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Lic. Rut Cohen
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Con acuerdo a todo lo que sucede en el mundo material, no escapa del proceso de "maduración" el hecho de
que nuestros descendientes sigan el camino prescripto para toda la vida en la tierra siempre y cuando lo veamos
como procesos íntegros de principio a fin.
Pero diferente es si observamos lo que ocurre en las diferentes etapas de la vida en detalle. Las primeras "edades" que transcurren los vivos, es un proceso que parecería que desafía las leyes de la física. Nos acostumbramos a pensar que las leyes físicas son leyes absolutamente fiables, reales y demostrables, pero la vida desafía estas leyes ya que en las primeras etapas, la materia mejora, se configura más adaptable al medio, adquiere virtudes físicas y de consciencia, y en sí es un proceso que mejora al ser. En el mundo material los procesos de creación son meramente aleatorios y circunstanciales, y pueden mejorar el estado material o empeorarlo. En la vida, al principio todo es evolución programada en forma de círculo virtuoso, y desemboca en tiempo preestablecido en un estado cumbre del ser, que luego sí empieza su degradación y finalización. Entonces el gran placer que puede experimentar un progenitor es el de ver conformarse la gran obra de ser Humano, con el crecer de sus hijos. Nada en el mundo material puede compararse a la evolución y el crecimiento de un ser humano. Puede haber hermosos paisajes formados a través de los años pero también en este caso es el componente de vida la que esculpe su particular hermosura. Sino solo sería un grupo de piedras en determinada configuración circunstancial y azarosa. El crecimiento es algo propio de la vida. Las piedras no crecen, el agua no se reproduce, los planetas no engendran nuevos astros sin perder algo propio. Entonces estamos ante la presencia de un fenómeno que solo los vivos podemos disfrutar. Y generalmente no lo hacemos y despreciamos la vida en todas sus formas, incluyendo la nuestra. Es muy penoso ver como se desprecia la vida animal y no se respeta la belleza y magia del crecimiento. No hay palabras para definir esta actitud humana. Solo el humano es capaz de destruir la vida sin motivos alimenticios y sin saber porqué lo hace. La cultura y las costumbres son en gran medida muy responsables de esto. Cuando nuestros descendientes crecen y se tornan maduros es cuando ha llegado la otra etapa, más mundana de lo que nos toca vivir. La magia del crecer nos abandona. Caemos en la entropía de todo lo que habita el planeta, sean cosas inertes o vivas. Muchos dicen que se pierde la "inocencia" cuando uno ya creció. Tal vez tiene que ver con que nos abandona el encanto que nos hizo crecer. No se si es posible mantener en la adultez esa chispa que nos da el crecimiento. Esas ganas de vivir y de aprender y mejorar día a día que suelen tener los "cachorros". Seguramente la chispa sigue ligada a la vida, pero sin duda que algo también nos abandona y nos resulta difícil de reemplazar para seguir actuando como actúan los seres en "crecimiento". No es fácil ser optimista cuando ya nos percatamos que algo se nos perdió en el camino. Es común que los adultos no encontremos la alegría que antes habíamos tenido. Cada etapa de la vida tiene sus virtudes y defectos. Pero sin duda la etapa del crecimiento es la que nos dota de las mejores virtudes, y es en ese mismo tiempo cuando tenemos que fortalecerlas y conservarlas para que luego en las otras etapas de la vida no añoremos tanto el hechizo que alguna vez tuvimos, que nos hizo crecer, aprender y tratar de ser feliz. Es necesario cultivar las virtudes a tiempo, para que la cosecha pueda realizarse en el momento que más lo necesitamos, es decir en la adultez y vejez. |
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Licenciado Alejandro Giosa
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Hay un periodo cuando los padres quedan huérfanos de sus hijos.
Es que los niños crecen independientes de nosotros, como árboles murmurantes y pájaros imprudentes. Crecen sin pedir permiso a la vida. Crecen con una estridencia alegre y, a veces, con alardeada arrogancia. Pero no crecen todos los días, de igual manera, crecen de repente. Un día se sientan cerca de tí en la terraza y te dicen una frase con tal naturalidad que sientes que no puedes más ponerle pañales. ¿Donde quedaron la placita de jugar en la arena, las fiestitas de cumpleaños con payasos y los juguetes preferidos? El niño crece en un ritual de obediencia orgánica y desobediencia civil. Ahora estás allí, en la puerta de la discoteca, esperando que él o ella no solo crezca, sino aparezca. Allí están muchos padres al volante, esperando que salgan zumbando sobre patines y cabellos largos y sueltos. Allá están nuestros hijos, entre hamburguesas y gaseosas en las esquinas, con el uniforme de su generación, e incómodas mochilas de moda en los hombros. Allí estamos, con los cabellos casi emblanquecidos. Esos son los hijos que conseguimos generar y amar a pesar de los golpes, de los vientos, de las cosechas, de las noticias, y observando y aprendiendo con nuestros errores y aciertos. Principalmente con los errores que esperamos que no repitan. Hay un periodo en que los padres van quedando un poco huérfanos de los propios hijos. Ya no los buscaremos más en las puertas de las discotecas y de las fiestas. Pasó el tiempo del piano, el ballet, el inglés, natación y el karate. Salieron del asiento de atrás y pasaron al volante de sus propias vidas. Deberíamos haber ido más junto a su cama al anochecer, para oír su alma respirando conversaciones y confidencias entre las sábanas de la infancia. Y a los adolescentes cubrecamas de aquellas piezas llenas de calcomanías, pósters, agendas coloridas y discos ensordecedores. No los llevamos suficientemente al cine, a los juegos, no les dimos suficientes hamburguesas y bebidas, no les compramos todos los helados y ropas que nos hubiera gustado comprarles. Ellos crecieron, sin que agotásemos con ellos todo nuestro afecto. Al principio fueron al campo o fueron a la playa entre discusiones, galletitas, congestionamiento, navidades, pascuas, piscinas y amigos. Sí, había peleas dentro del auto, la pelea por la ventana, los pedidos de chicles y reclamos sin fin. Después llegó el tiempo en que viajar con los padres comenzó a ser un esfuerzo, un sufrimiento, pues era imposible dejar el grupo de amigos y primeros amoríos. Los padres quedaban exiliados de los hijos. «Tenían la soledad que siempre desearon», pero de repente, morían de nostalgia por lo vivido en la niñez. Llega el momento en que solo nos resta quedar mirando desde lejos, torciendo y rezando mucho (en ese tiempo, si nos habíamos olvidado, recordamos cómo rezar) para que escojan bien en la búsqueda de la felicidad, y que la conquisten del modo más completo posible. El secreto es esperar. En cualquier momento nos pueden dar nietos. El nieto es la hora del cariño ocioso y picardía no ejercida en los propios hijos, y que no puede morir con nosotros. Por eso, los abuelos son tan desmesurados y distribuyen tan incontrolable cariño. Los nietos son la última oportunidad de reeditar nuestro afecto. Así somos, solo aprendemos a ser hijos después que somos padres, solo aprendemos a ser padres después que somos abuelos. |
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Prof. Carla Manrique
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![]() Su música es Júpiter y soles crecientes, alegrías y risas desatadas, porque la felicidad hizo un arco iris en el sendero de los juegos, para que la niña se viera en su mirada, y la suya fuese su refugio, mientras le hacía un coloquio de besos, en cada mañana. ¡Y hasta una nube le regaló unas sandalias! para que sus pasos escuche, al son de la nana. Imaginó quién será ella, tal vez una profesional o una buena ama de casa. Sabía que en cuanto comience a caminar, se iría a forjar su propio mundo formado con sus enseñanzas. Pasó muy poco tiempo, huyó la buena fortuna, mientras los que la rodeábamos quedamos paralizado ante sus explicaciones. Ignorantes, pero por afecto le dábamos una palmada en la espalda creyendo que todo estaba bien y viendo a la niña tan hermosa no entendíamos nada. Su corazón de madre palidecía pero no debilitaba, al compás de sus ojeras, sus dudas y sus lágrimas. Con un paso certero y veloz nos dijo lo que sucedía. Por aquellos días guardaba las preguntas por miedo a las respuestas. La niña se había convertido en la única preocupación de quienes girábamos a su alrededor, lentamente y en silencio para no despertar su sufrimiento. Con el correr de los días, comenzó a darnos explicaciones de lo inexplicable, hasta llegué a pensar que no era su voluntad hacerlo, sino que el día que no pasaba entre nanas y arco iris, le era necesario que se convirtiera en un cuarto marrón oscuro con un sillón para pensar por dónde comenzar a pensar. La niña lo cambió todo y rápido; y se interrumpió y paralizó el tiempo, suspendiendo en el aire las propias convicciones de la madre, sus hábitos y su apreciación del mundo. La enfermedad moldeó el futuro mediato y el concreto para el día a día y el futuro abstracto que le puso grilletes a lo preciso, irrumpiendo una continuidad en el destino de la humanidad y un freno en la rueda que gira y la empujan las madres desmemoriadas que olvidan la ansiedad puesta en los primeros pasos o en las primeras palabras. Esas madres llenas de gloria, son las que sufren cuando sus hijos se van, perdiendo de vista la felicidad de verlos irse, grandes, fuertes y hechos hombres y mujeres, garantizando así, la permanencia de la cadena de la historia, mientras ella en cambio, siente la amenaza del futuro y su incierto, y la inquietud de alcanzarlo y tener que ver lo alcanzado como pérdida del futuro.
Dedicado a Mane y a Julita
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Silvia Stella, abogada
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