Es la una de la mañana del lunes 29 de julio del 2013
Estoy en frente de la televisión, del
canal KTO
He estado cada día pendiente de las jornadas mundiales de la juventud presididas por
el Papa Francisco.
El avión del Papa acaba de partir llevándolo de vuelta a Roma, a partir del aeropuerto de Río de Janeiro en Brasil. Las JMJ representan un tiempo intenso de evangelización y comunicación. Antes de partir, el Papa Argentino, de quién dicen que viene de Galilea por la fuerza de su presencia apostólica dirigió un mensaje de despedida a los participantes de todos los países. El Papa Francisco posee un carisma indudable. El es simple, profundo, seguro de si mismo y de su comunicación. ¡Pueblo magnífico el brasileño juventud fértil, sin duda esperanza del mundo! Tocado por la gracia de la comunicación de esa ocasión él dijo sentir ya la nostalgia de esos seis días de compartir continuamente. Remarcable la presencia al otro del Papa Francisco. Soy socióloga no periodista, luego: el mensaje del Papa para mi es el siguiente en tres puntos: 1. Vayan 2. Sin miedo 3. A servir. El hizo caer las barreras de las diferencias sociales, culturales y religiosas y su mirada ha quedado en nosotros.
Hecho en Paris el lunes 29 de julio.
Y el cielo es azul con algunas nubes blancas remedando los colores de la bandera argentina. El mar acaricia la playa de Copacabana que ya no será solamente una playa, pero el escenario de una esperanza de conversión masiva. |
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Doctora E. Graciela Pioton-Cimetti
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Este número especial de vacaciones esta dedicado a los ausentes.
Un recuerdo de amor para todos los que partieron. Continuán a participar en nuestro grupo por la fuerza del espíritu. Son irremplazables *** Gracias a nuestros ángeles guardianes. Los que están más allá de las estrellas y los otros que han trabajado en el equipo y cuya presencia ha dejado la huella. *** Y finalmente gracias a mis hijos por estar en mi vida. *** Ustedes están lejos, en la distancia, pero más que nunca juntos cada uno de nosotros declinando nuestras versiones personales de nuestra relación vivida a través de los años. *** Y pienso a tía que me enseño esta oración/poema cuando era pequeña y que en mi resuena cada día : « No me mueve mi Dios para quererte el cielo que me tienes prometido ni me nueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte ». El poema continua pero todo está dicho y sus palabras se enracinan en mi con la fuerza de la verdad. |
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Doctora E. Graciela Pioton-Cimetti
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Comunique este ejemplar de SOS porque el tiempo pasa para todos y el tema ayuda a reflexionar.
Durante las vacaciones más allá del placer del cuerpo y del espíritu el silencio permite la manifestación de temas encarados en nosotros por la rutina de cada día y la falta consecuente de tiempo libre. Es un espacio que nos permite hacer el esfuerzo de desear. Tomemos un cuaderno, escribamos, lo que venga, lo que puede emerger cuando la vida exige menos de la diaria rutina. Charles Aznavour tiene razón cuando dice que la vida es más bella en los países soleados. Cuántos dulces recuerdos, los hijos pequeños las noches de verano perfumadas de jazmines. Evocar nos sitúa fuera del tiempo y los recuerdos afloran. Me acuerdo de papá que me decía «Como herencia quiero dejarte recuerdos» y entonces cada año un viaje distinto a países lejanos. Me sorprende constatar que son pasados 23 años desde la última vez que estuvimos juntos en África del Sur. ¡Los recuerdos se enlazan en el tiempo! Todo parece único. ¿Cuál es la diferencia entre la arena del Atlántico Sur y la de las costas del Pacífico? La arena parece la misma, solo yo cambié. Las vacaciones son un buen momento para hacer un balance de nuestras vidas, aunque a veces venga cargado de nostalgia. |
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Doctora E. Graciela Pioton-Cimetti
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Te prometí escribir una editorial exclusiva para la edición en castellano y lo hago: porque te
dije que lo haría para que estés seguro que no te he olvidado. El tiempo pasó: ese de tener los hijos en nuestros brazos. Ahora, tal vez lean en adultos estas palabras y comprendan:
Anoche soñé con vos y me admira comprender que vivimos en un tiempo absoluto. Te quise, te quiero, te querré más allá de lo efímero de la vida. Me quisistes, me quieras y me querrás más allá de todo intento de encerrarme contigo en un delirio que nos salve de la muerte. Ya nos veremos: sin edad, sin tiempo y sin limitaciones físicas. Los hijos crecieron y de pronto nos olvidan porque están viviendo sus propios tiempos, declinándolos a su manera. Yo te propongo aceptar que somos mortales pero eternos. Es la posición de Spinoza y la mía. Todavía nos quedan demasiadas cosas a descubrir, tal vez encontremos el sentido del tiempo más allá de este nuestro tiempo de eternos enamorados. |
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Doctora E. Graciela Pioton-Cimetti
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En ese año se inició la guerra en Vietnam; y en la URSS renunció Malenkov que fue reemplazado por Bulganin y Kruschev. Fue el año de las renuncias porque Churchill también renunció, siendo reemplazado por Eden. En Argentina las cosas se agravan. Perón deroga la enseñanza religiosa en las escuelas y separa la Iglesia del Estado; además prohibe la celebración del Corpus Christi. Si bien Perón renuncia el 30 de agosto esto no fue más que un golpe de teatro. La noche del 15 de septiembre el rosal tenía tres pimpollos. Llovió hacia las siete de la noche. En la noche avanzada, ella saltó del lecho gritando: «María murió.» María, efectivamente, acababa de morir víctima de una hemorragia que le causó una varice en Buenos Aires. El 16 de septiembre Santiago partió como todos los días, pero no regresó. Había estallado la revolución libertadora de Córdoba. En el barrio Matienzo, la mayor parte de las casas estaban habitadas por oficiales y suboficiales de la aeronáutica. Sólo había tres marinos compañeros de Santiago que estudiaban en la Escuela superior de aeronáutica. Las noticias en la radio parecían mostrar que la revolución estaba perdida. El barrio de oficiales fue evacuado y sólo quedaron tres casas habitadas: la de ella, la de Aidart Paz y la de Arévalo. Emilce se sentía mal, era el comienzo de su embarazo, y la mujer de Aidart Paz tenía dos niños pequeños, así que se reunieron en la casa de ella. En frente vivía un ingeniero del IAME, civil. El veinte en la noche, vino a avisarles que él también se iba y ellas debían hacer lo mismo, porque su vecino poseía todo un arsenal y estaba dispuesto a matarlas. También les dijo que no era conveniente que encendieran ni las luces ni el fuego de la chimenea, pues era muy probable que a través de ésta echaran kerosene para incendiar la casa y así obligarlas a salir. El barrio se quedó solo, habitado únicamente por ellas tres. El tiroteo comenzó hacia las siete de la noche. Ellas pusieron los colchones contra las ventanas, preparon los biberones en una pava eléctrica pero la situación se volvía desesperante porque los niños eran muy pequeños y lloraban. Hacia las once de la noche, saliendo por la puerta de la cocina, en bicicleta y a campo traviesa, ella llegó hasta la cañada donde se desarrollaba la lucha a cañonazos entre leales y revolucionarios. Logró comunicarse con el capellán y le contó que estaban cercadas y sin defensa. El dijo que enviaría una patrulla inmediatamente. Cuando regresó, los niños dormían en el suelo de la cocina. Todos los vidrios del frente de la casa estaban rotos por impactos de bala. Sólo ella podía mantener la calma y lo sabía. La patrulla llegó hacia las cinco de la mañana. No se trataba de un solo enemigo, sino de varios acantonados en esa casa. La lucha terminó hacia las nueve de la mañana, con la muerte del cabecilla principal. Los demás se entregaron sin resistencia. En la casa encontraron los planos de la estrategia a seguir para matar a todos los oficiales del barrio Matienzo, y a sus familias. Ella se sorprendió cuando supo que uno de los dirigentes era el marido de esa mujer encantadora, que le había prestado la luz y enseñado a hacer milanesas. El veintiuno la revolución parecía haber fracasado. Un diputado peronista, Berizo Rocha, hizo entrar un camión con leche envenenada en la fábrica militar de aviones. Del camión-tanque el primero que bebió fue el perro del destacamento, y quedó muerto. Mientras tanto, el general Videla Balaguer avanzaba hacia Córdoba; en el centro de ésta población la lucha era difícil y encarnizada. Al finalizar el día veintidós nada estaba claro. Desde la parte posterior de la casa ellas veían pasar los Abro-Lincoln sembrando bombas sobre la pista de aviación de la Escuela superior de aeronáutica, donde estaban los maridos. Videla Balaguer llegó a la capital de Córdoba. Los regimientos leales fueron bombardeados desde el aire, y en un silencio pleno de unción, la revolución libertadora triunfó en Córdoba. Su general rindió honores en la catedral a la Virgen, rezando públicamente el rosario, mientras el pueblo, con devoción, seguía la oración. En Buenos Aires también habían sucedido muchas cosas. Ya en junio la marina había bombardeado la costa, intimidando a Perón para que renunciase. Los cañonazos iban dirigidos directamente a la Casa Rosada. El almirante Rojas y el general Aramburu fueron sin duda los héroes de esa revolución libertadora, que si bien acabó con la dictadura, no podría extinguir las secuelas históricas, sociales, políticas y económicas de la misma. Los militares trataron de salvar la momia de Eva Perón de ser profanada, enviándola a un convento en Italia, de donde sólo sería devuelta en 1973, cuando después de las elecciones del 20 de septiembre, Perón volvió al poder. Para proteger su vida, Perón fue embarcado en la cañonera Paraná. Parece que estuvo en el Paraguay antes de irse a la Puerta de Hierro, donde su vida transcurría con fausto y generosidad, ganando las simpatías del pueblo español, y al lado de su nueva mujer «Isabelita» que luego se llamaría «María Estella Martínez de Perón», cosa que actualmente nadie menciona y que parecen haber olvidado, y que llegaría a ser presidenta de la Nación a la muerte de su marido, el 1º de julio de 1974. El 23 de septiembre de 1955, ganada la revolución, asumió la presidencia el general Lonardi, y luego, el 13 de noviembre el general Aramburu, que fue asesinado por la guerrilla en el año 1970. ***
Aún no puedo morir, no tengo tiempo,
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Es muy difícil pensar en español cuando se trata de los sentimientos. Es como balbucear en la lengua materna. Es mucho más fácil hacerlo en francés. Con mi lengua nativa hay una barrera afectiva que distorsiona las imágenes. El idioma maternal me perturba, se vuelve impúdico. ¡Sensación de dar a conocer un secreto profesional! ¿Conflicto deontológico? No sé, en todo caso, costumbre de guardar secretos, hasta dudar de la autenticidad de lo que digo. Buenos Aires, agosto de 1973. Próximas elecciones en las cuales debía ganar el peronismo, después del largo exilio de Perón en Puerta de Hierro, España donde Franco aceptó asilarlo luego de la revolución libertadora del 16 de septiembre de 1955. El encuadre socio-político es muy importante en este caso para comprender el sentido de los estamentos, grupos enquistados en las diferentes clases sociales. La gente que esperaba a Perón no era la misma que lo llevó al poder en 1947. Perón es un fenómeno que va a determinar una nueva organización social e ideológica. Joven teniente de mucho porvenir, viajó a Italia y a Alemania, impregnándose del Nacional socialismo y adquiriendo modelos que llevó a la Argentina y que comenzó a expresar durante el tiempo en el cual fue ministro de Trabajo. Fenómeno extraño porque si bien Hitler se había apoyado en las clases medias, beneficiándolas económicamente y reforzando su función social, Perón se apoyó en la clase obrera; creando un movimiento atípico; un movimiento obrero de derecha, casi extrema. Las bases ideológicas eran las mismas del Nacional socialismo europeo, y se asentaron sobre un mismo problema de resentimiento social; pero de origen distinto. En el caso de Europa fue el vergonzoso pacto de Versalles en el cual Alemania perdió la cuenca del Rhur y Alsacia y Lorena. En el caso argentino no había consciencia política, porque sólo se conoció en la historia del país la adhesión a caudillos carismáticos, excepcionalmente racionales. Es decir, que antes de toda consciencia política apareció el resentimiento social, cristalizado pero no comprendido, y mera copia de las situaciones sociales europeas que precedieron a la revolución industrial de 1931. La sincronicidad, según Jung, es la convergencia espacio-temporal de series causales independientes. En el caso de Alemania, despojada, vencida, el arquetipo de Wottan, dios de la guerra, reivindicador y justiciero, necesitaba para una acción efectiva en el plano empírico, la aparición de un ser capaz de representar ese arquetipo. Fue el caso de Hitler. El correspondió exactamente a las demandas inconscientes del pueblo alemán. Se efectuó entre el pueblo y el líder, ambicioso, carismático e individualista a ultranza, un efecto de contagio psicológico que se fue multiplicando geométricamente en espiral delirante, hasta la búsqueda de un pasado de seres míticos perfectos, sumergidos en las zagas de los Nibelungos. En el caso del pueblo argentino, la orfandad creó en el inconsciente la búsqueda de un padre eterno, capaz de ejercer dicha paternidad de manera estable y sin fisuras. La presencia de los conservadores y el pasaje por el radicalismo personalista había creado angustia, sin crear consciencia política. Durante el radicalismo de Yrigoyen, el problema se atenuó para la clase media que por primera vez en la historia argentina se ve legitimada por un presidente de clase media. Pero la numerosa clase obrera, urbana y rural, seguía reclamando a partir de su orfandad. Por otra parte, Yrigoyen murió en el año 1930, poco después de ser derrocado y una gran parte de la clase media quedó «flotante». Perón correspondía exactamente a la imagen del arquetipo: paternalista, poderoso, casi divino. La sincronicidad va en los dos casos: la presencia de dos hombres que completan el deseo y la pulsión inconsciente de los dos pueblos. Hitler construye fascinantes monumentos que quieren tocar el cielo. Perón sube al poder en frente de una multitud, decretando campechanamente, el 18 de octubre: «San Perón.» En Argentina no se habían vivido situaciones de oposición de clase social; porque en la historia manifiesta no hubo ni opresores, ni oprimidos lo que creo complicidad entre las clases. Perón capitalizó la situación y creó un enemigo exterior: Los Estados Unidos. Esto se expresaba en los slogan que lo sostuvieron en el poder hasta el año 1955: «Alpargatas sí, libros no»; «Mis queridos descamisados», una pauta de resentimiento social que dió origen a la aparición de una clase nueva: «Los cabecitas negras.» En el momento en que fue derrocado (1955) todas las clases sociales se fusionaron para quitarle el poder. El quiso crear las milicias populares para reemplazar al ejército a partir de la CGT y del modelo de las camisas negras de Mussolini. No es la primera vez en la historia que un líder comienza a delirar. Ya había ocurrido con Bolívar y su delirio del Chimborazo. Luego la situación se hacia peligrosa. Después de la muerte de Eva, su mujer, a quien sacrificó hasta el último instante; devorada por un cáncer, la hizo aparecer a su lado en el balcón de la Casa Rosada como candidata a la futura vice-presidencia, utilizando una peluca, especialmente fabricada, que le mantenía la cabeza derecha, Perón entró en el delirio. Cuando Eva Perón murió, reapareció la confusión, porque se hizo evidente que el verdadero líder carismático era ella y no Perón. Hija natural de un terrateniente, artista de poco vuelo, poseedora de una ambición desmedida y de una belleza indefinible. De todas maneras, si tuvo carisma fue porque creía en lo que decía. En todo lo que digo no hay juicio político, por ser desde mi condición humana, testigo de la historia. La gente que recibió a Perón en el año 1973, no fueron los simples obreros que lo llevaron al poder, sino una juventud pudiente, de clase media alta y media media, los de la clase baja eran una minoría, tal vez residuales fieles del antiguo peronismo. Mirando desde mi balcón de la avenida Maipú 1942, rodeada de mis cuatro hijos, veía la multitud que avanzaba hacia la plaza de Mayo; la evidencia de lo que contemplaba, me dejó sin aliento: entre la multitud a pie habían jóvenes vestidos con gamulanes. No habían muchos obreros ni tampoco camiones. Sólo autos de calidad, algunos de ellos descapotados. Me preguntó ¿qué querían ver los jóvenes en él? La pregunta queda abierta. Vamos a volver sobre ella. ¿Qué pasó para llegar a esta situación? Perón, una vez derrocado, busca reconstruirse una historia similar a la de Eva. Encuentra una mujer absolutamente ignorante, en un cabaret de Panamá. La lleva con él a la Puerta de Hierro y en su exilio comienza a educarla. Pero «Isabelita» no podrá ser nunca Eva Perón. Isabel fue una sátira, una mala versión de Eva. Fue un ángel de poca monta, en quien la voz de cadencia sin quilates daba la impresión de una maestrita de pueblo, subida al estrado para enseñar a niños sin zapatos la diferencia entra la C, la S y la Z. En ese contexto de mucho discurso, desapareció para los Argentinos el sentido político crítico. Quedó entonces una sola alternativa: aliarse en núcleos «estamentarios» al interior de cada clase social. Emerge así una nueva situación. Ya no es el resentimiento social, sino la irresponsabilidad política y los conflictos generacionales, los que abren las puertas a una crueldad sistemática y a una sordera entre padres e hijos. Abierta la brecha en el corazón de la familia patriarcal, la guerrilla entra, avanza y distorsiona el movimiento peronista que desaparece con el nombre de «justicialismo». Pero dada la falta de consciencia política, la justicia se reduce a las luchas privadas donde el factor trascendente ideológico no existe. Recuerdo de ese año, remontando por la avenida del Libertador a las ocho de la noche, los interminables discursos de Isabelita y los trancones del tránsito. Yo siempre llevaba un libro y una linterna para leer. No se podía avanzar por el desorden del tráfico. ¡No, era algo más que desorden, era la desestructuración de una sociedad que no se había comenzado a quitar los pañales! En esa época, dominada por fantasmas de reivindicación en todos los sentidos, nos era necesario reconocernos como grupo, porque más allá no había nada, solo bombas, asesinatos, desapariciones. ¿Cómo enfrentarse a todo eso sin destruirse? A veces estallaban dos o tres bombas por noche. En fin, los fuertes nos tapábamos los oídos para no tener miedo. No sabíamos si darles o no a los hijos una credencial de la marina para protegerse, porque esa protección podía condenarles a muerte. Sólo cabía rezar; y «robarle» los chicos a la escuela y llevarlos al campo, como yo lo hice, para no exponerlos más, y para no exponerme más, al sufrimiento. Recuerdo ahora toda esa época, teniendo consciencia del miedo que no pude tener, porque no había lugar para vivirlo. Una parte de mi vida profesional se desarrollaba en el comando en jefe de la marina. En el sector quizás más expuesto al peligro: pisos primer y noveno, dirección de Justicia naval. Mis viernes de libertad eran así: dirección de la casa hasta las ocho de la mañana, llevar los chicos al colegio para, finalmente tomar la costanera escuchando cassettes de Leonardo Favio, nunca fui demasiado intelectual. Ya en el comando de Justicia naval, dejar el auto, subir las escaleras del edificio «Libertad», sabiendo que en cualquier momento podía pasarme una bala por la espalda. Transpiración, frío, presentación de documentos para poder entrar. A pocos metros de mi despacho, estalló una vez una bomba que llevaba, sobre él, un conscripto guerrillero. Una vez casi envenenan al director de Justicia. A las tres de la tarde, Juncal 854; dejo el mundo del peligro para entrar en el grupo de «pertenencia», de huida y de «referencia». No recuerdo el piso, pero es allí donde comienza una de las historias que han llevado a proponerme preguntas: ser extranjero en otro país como Gertrudis V L , aristócrata rusa; casada con un represente de Krup. Fueron los más fuertes, los más ricos hasta el momento en que Argentina declara la guerra al eje, a finales del conflicto. Los bienes de las familias alemanas implicadas en la guerra del treinta y nueve al cuarenta y cinco son confiscados. Gertrudis pasa a constituir, en su casa, un salón literario al estilo del siglo XVIII, en pleno Buenos Aires, cuyo objetivo, creo yo, era sobrevivir de alguna manera, a los avatares económicos. Ella era el centro de una red de relaciones sociales que mezclaban la aristocracia europea con la aristocracia argentina. Así, nos conocíamos unos a otros. Entre la aristocracia europea había ciertas grandes fortunas, como la de Mira von Bernard, propietaria de Caleras Avellaneda, viuda como Amelia Fortabat, la dueña de Loma Negra, y su concurrente en los negocios. Un tercer piso, el auto en el parqueadero de la iglesia de Las Mercedes. De pronto yo me sentía joven, linda, elegante, inteligente y feliz. Entraba en lo de Gertrudis, y la casa tenía el perfume de las mermeladas de frutas mezcladas con incienso; el piano de cola, los rojos profundos, porque dominaba el rojo. Esa casa se había convertido en el punto clave para darse a conocer. No es por casualidad que mi consultorio fuera privilegiado por la aristocracia europea y argentina. Sin embargo, había momentos en que me raspaba el corazón, pues sabía que el colorido, la música, los idiomas diferentes que se hablaban, así como todo ese mundo cultural no llegaban a apagar la angustia de saber que mis hijos existían y que yo tenía miedo. Entonces todo desaparecía. Yo debía volver a casa urgentemente para apretar entre mis brazos a mis hijos. Sí, tenía que apretarlos, los apretaba. Comía un sándwich y me ponía a estudiar frente a la televisión, mientras los cuatro jugaban a sus proyectos, secretos o manifiestos. Los tres más chicos no sabían tal vez cuánto se puede sufrir y cómo es necesario huir de la debilidad para darles un modelo de fuerza. Ahora mismo, me siento amenazada por las lágrimas, por esas lágrimas que entonces no pude llorar. Estaba tan cansada de reprimir la responsabilidad, que me dormía sobre las faldas de la más pequeña, mientras los otros tres jugaban al lado y se decían: «No hablés fuerte, mamá duerme » Y mamá era ¡tan chiquita! y los cinco estábamos vivos y yo los protegía, dejándome proteger. Amar es una eternidad, es un instante, una coexistencia de pasados y futuros muy compleja: no hay que pensar, simplemente, dejar venir, contemplar. En ese momento también hubiera deseado que nos encerráramos todos en esa casa y que los chicos no fueran nunca más al colegio. Me veo a través del tiempo, como queriendo hacerles compartir la sublime intimidad de mi casa de niña. *** Esa imagen no se terminó. Me retiro correctamente de ella, porque esa gloria fugaz no existe más, y porque hoy no son los años 1973, 1974, 1975, 1976; es, simplemente, 26 de febrero de 1992, y estoy en el mundo y punto. ***
¿Qué querían los jóvenes de Perón? La pregunta quedó abierta pero la respuesta es una sola: «Un padre.» El padre arquetípico, activo, creador, alguien que los llevara a despertarse. Nuestra generación, la mía, fue una generación cuyos padres durmieron sin oportunidades ni peso político. Los nuevos padres, nosotros, fuimos, consecuentemente, nulos para satisfacer los deseos de transcendencia y nacionalismo; porque el peso político de la Argentina y la dictadura peronista hicieron que supiésemos más sobre la primera guerra mundial y los conflictos bélicos de Corea y Vietnam. No había lugar para saber dónde vivíamos. Nos ahogaron en vinos franceses, té inglés, jeans americanos y series extranjeras televisadas, y nos largamos a vivir, generación de despilfarro, la de nuestras juventudes llenas de belleza y clase. Buenos Aires era una isla, un cuento más de la vieja Europa, un rincón más amplio y oxigenado de la divina y nada mítica Europa. París, Roma, Madrid, emergían en los atardeceres de la avenida Quintana, de la avenida del Libertador. Con los niños pequeños durmiendo en casa, nosotros amanecíamos en cafés elegantes del barrio norte. Fuimos la generación de la Dolce Vita de Fellini, de Hiroshima mon amour, de Alain Resnais y de Hace un año en Marienbad. Fuimos padres que creamos silencio y borramos identidad nacional, porque nosotros mismos nunca la habíamos conocido. Perón respondía a esa necesidad de identificación proyectiva, y lo quisieron imponer. Más allá de todo era el arquetipo de la revolución y daba muerte a los modelos insuficientes que cada joven vivía en su hogar. Pero Perón murió tontamente; porque en realidad las muertes a veces son tontas frente a un periplo vital heroico y sin escrúpulos como había sido el suyo. Perón fue un día de mayo, a visitar unos barcos de la armada argentina, tenía cerca de 80 años, tomó frío, perdió en pocos días las reservas de amor y odio que lo habían llevado a constituirse como una «fuerza de la naturaleza», y murió el 1º de julio. Después de haber arengado a los jóvenes para crear una fuerza, al fin unificada y sin disidencias, los dejaba brutalmente abandonados, divididos y huérfanos. Más confusos que nunca no pudieron sino identificarse al mito, sin poder llegar a diferenciarse y adquirir identidad, a veces ni siquiera como individuos. Así, llegó el caos; el caos romántico: «Dar la vida por ¿Por quién? ¿Para qué? ¿En qué sentido?» Las generaciones se separaron a muerte. Los caminos se bifurcaron. ¿Qué querían los jóvenes de Perón? Un padre, al fin todopoderoso que les hablara como se les habla a los adultos. Y sólo obtuvieron un padre muerto; se refugiaron en una nueva orfandad, menos trágica que la primera en sus hogares, porque en ellos había muchos hermanos y banderas para identificarlos como grupo; aunque sólo fuera marginal. En Tucumán los guerrilleros conquistaron territorio y quisieron reivindicarlo como independiente, verlo reconocido por las grandes potencias. Búsqueda clara de otro padre. Allí se frustró todo. La enemistad entre las generaciones no se terminó; pero el cloroformo de las conveniencias y la comodidad aquietó los ánimos; y tal vez con buenos analistas la cuestión pueda arreglarse. |
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Doctora E. Graciela Pioton-Cimetti
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Tenía cuatro años y recuerdo, si
recuerdo.
Perdura aún en mí la sonrisa de mi madre cuando le apretaba su mano y mirando las estrellas le decía: -mira mama... allí hay otra gente, hay otros que viven son altos y saben cantar- Tenía 11 años y al hacerme señorita dejé de hablar con mis amigos altos, conciente de mi nueva condición. ¿Conciente? Años después comprendí la diferencia entre fantasía y conexión con mundos lejanos del multiuniverso «Mundos lejanos» para una adolescente que intentaba ser inteligente, apreciada e incluída entre sus compañeros y amigas. Y sin embargo mis amigos altos, cantores siempre estuvieron en mi. Y están permanentemente vibrando en mi interior haciéndome saber que palpita la vida. Palpita la vida en círculos y señales que comparten el discurrir de los días y noches estando simplemente allí. Compartiendo un interior-exterior, simplemente en mi. Vibrando en comunión con la naturaleza, con el mar, con la tierra, con el aire y el viento. Al nacer mis hijos reconocí sus presencias antiguas y serenas, espacios sonoros de antaño en sus rostros. La temperatura de su piel recordaron montañas y valles añejos, atravesados por culturas distantes en épocas y épicas atrevidas y ocultas. Ocultas a la mirada presente, brillante en la visión continua del alma. Y así en amigos y desconocidos, en calles, piedras, maderas y altares, el tiempo se presenta infinito y sencillo, inmediato y templado. Estudiar, recibirme, la consulta diaria con los seres que tocan a mi puerta. Años escuchando, percibiendo y acunando las esculturas del ser hechas palabras. Palabras enunciadas con apremio, con ansiedad, con constancia en el deseo de sentir, de saber, de caminar con o sin apuro antes que anochezca ésta encarnación. Seres amados, entrañables que han pasado por mi amor, por mi pasión, por mi ternura y que en éste hoy caminan en dimensiones paralelas. Esas dimensiones presentes y ausentes a mi abrazo. Aprender a abrazar con el alma y sentir en el cuerpo la temperatura de sus vibraciones, aún en una flor. Y aún así reconocer una calle, un pueblo, un rostro, una canción. Y aún así asombrarme por lo novedoso diario en mi andar. Asombrarme con el avance tecnológico. Asombrarme por la incipiente flexibilidad actual en las creencias. Asombrarme por las pequeñas pero deseosas políticas de inclusión social en medio de antiguas y constantes disputas de poder. Asombrarme por el deseo de empoderamento cada vez mas extendido en recónditos lugares planetarios en hombres y mujeres sensibles. Asombrarme por esa red electromagnética que vamos tejiendo y tendiendo entre los que hoy habitamos el planeta concientes de estar en conciencia. «Estar en conciencia» ¿y el tiempo? Susurra, tintinea aquí y en las estrellas de antaño. Ese tiempo que pasa como un silbido esa carta sin remitente con todos y para todos. Esa carta escritura permanente «del allí» y «el acá». Se dice «como es arriba es abajo» refiriéndose al cielo y a la tierra eso que cada uno de nosotros somos. Un poco amos y un poco esclavos de ese tiempo presente que se sube a la calesita del pasado y el futuro. Entre el reconocimiento de lo ya vivido y el asombro de lo que vivo está mi hoy. Un hoy poblado de imágenes y sonidos en agradecimiento en mi estar aquí. |
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Lic. Rut Cohen
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¿Y si al mirarnos al espejo en vez de mirar una réplica de lo que creemos que somos, o lo
contrario a lo que sentimos que somos, vemos la luminosidad de nuestro ser?
Vivenciar nuestras experiencias en términos de opuestos, o contrarios nos conduce a un sistema de leyes y dogmatismos amparados en un criterio moral dirigido por un arquetipo cultural y social que establece pocas opciones para descubrir y transitar nuestro devenir. Por supuesto que sabemos que hay hechos y sucesos, objetos, vivencias y pertenencias que son el reverso y el anverso de la moneda si, contrarios al parecer. Pero en verdad, esos contrarios corresponden a la misma posición y mirada respecto a las situaciones, pero con la ilusión de lo diferente siempre sentados en el mismo ángulo fotográfico para captar lo que acontece. Y si nos proponemos un tránsito, un camino que conlleve tal vez idas y vueltas, pero rutas alternativas que incluyan observaciones cercanas o lejanas a nuestras creencias, pero que albergan coloridos y entramados que simplemente nos permiten caminar. La reunión de los contrarios, nos lleva, si, a una síntesis. ¿Pero esa síntesis, es tal, o es una mezcla poco feliz que satisface alguna curiosidad, pero que rechaza la transformación? ¿Los contrarios, son contrarios a qué? ¿en dónde? ¿y por qué?. ¿Los contrarios transforman el juzgar en observar? Su reunión, escucha el ritmo armonioso de las potencialidades, incluso dormidas, que pueden operar abiertamente en nuestras decisiones. Deseo compartir con alegría lo que en su libro «Alquimia de las nueve dimensiones», de Barbara Hand Clow con Gerry Clow, Ediciones Obelisco nos aportan. En primer lugar proponen» seis polaridades vivas en nuestras vidas:
Al igual que un mándala astrológico, con sus seis ejes, que se interpretan en sus doce casas astrológicas, cada polaridad incluye el reflejo de su opuesto. Y ese reflejo es la posibilidad de comprender que eso diferente que nos mira, nos concierne, nos incluye, nos pertenece, se produce luego de un recorrido, de una reflexión y una acción modificadora y alternada. En la pág. 97/98 de libro mencionado, nos dice:
Potencialidades y aspectos son los que pulsan en nuestro sentir, en nuestro pensar y experimentar. La conciencia expandida es justamente la posibilidad de dejarnos fluir en la experiencia de navegar en esas potencialidades y aspectos que nos habitan . Son como umbrales vibrantes que nos pertenecen y están sujetos a nuestro libre albedrío para despertar. Somos caminantes, somos seres múltiples y multidimensionales. Seres en potencia y con potencia. Somos hombres, mujeres y niños que poblamos la tierra y que tenemos la posibilidad de enriquecerla, de hacer huella, de circular espiraládamente en la bondad, en la libertad, en la solidaridad. Nuestro cuerpo nos contiene y nos habla, porque somos ese cuerpo y nos abrimos a los varios lenguajes en los que nos reconocemos. Podemos recorrer, transitar, detenernos y sonreír ante las innumerables potencialidades de nuestra existencia Se trata de vivenciar. |
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Lic. Rut Cohen
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Cuando se presenta la cuestión del tiempo en la vida de las personas, la actitud suele cambiar en función de la
edad, pero sin embargo cuando no remite al miedo lo hace hacia la tristeza.
Al menos en la mayoría de las personas, cuando son jóvenes, el tiempo consigna más al futuro y es siempre incierto, esperanzado o agresivo, prometedor o depresivo. Cuando se es adulto, varía aún más las posibilidades en que se imprime su secuela en las personas. Depende de lo vivido, y lo de lo por vivir aún. Pero siempre las emociones que acompañan al concepto de tiempo, incluye lo imprevisible, lo que no puede saberse, las grandes incógnitas, la buena o la mala suerte y los miedos que ello genera. Lo cierto es que si bien las leyes de la física comprueban que nada se destruye sino que todo se transforma, en el mundo humano y respecto a lo que al humano le compete, se puede decir que muchos atributos físicos, se deterioran y si bien se deben transformar en otra cosa, no es para el beneficio humano al menos. El tiempo pasa y nos limita como seres físicos. Con el tiempo se empieza a perder destreza física y los sentidos se vuelven más imperfectos y deteriorados. Las funciones vitales del cuerpo empiezan a fallar y hay que buscar ayuda en agentes externos, sean estos medicamentos o ayudantes físicos como bastones, anteojos, etc. Desde ese punto de vista el tiempo pasa y deja sus huellas, siempre hacia el lado del deterioro. No parece que haya forma de prevenirlo. A todos nos pasa y la ciencia no pudo retardar el envejecimiento. Las consecuencias del paso del tiempo la viven todos y cada uno de los seres humanos que habitaron o habitan este mundo. ¿Y qué puede haber de transformación en algo positivo en todo esto?. No estoy seguro, pero intuyo que no siempre y no en todas las personas hay algo de positivo después de sufrir el deterioro del tiempo. Probablemente lo positivo esté en las elecciones positivas que se hayan hecho durante la vida, que sentaran raíces de cualidades que puedan disfrutarse cuando lo físico deje de responder correctamente. Si no se realizaron previsiones hacia un mejor pasar en la vida adulta, tal vez todo lo que llegue con la vejez sean sufrimientos y desdichas, complicaciones y desaliento. Poca gente realiza previsiones para su futuro. Es más, la mayoría complica el cuerpo físico envenenándolo con sustancias que empeoran su funcionamiento. Muchos vicios son los que en general así se les llama, pero también hay otros referidos a la alimentación sintética que nos toca vivir en las ciudades, que con el tiempo traen consecuencias muy negativas a pesar de las virtudes que les atribuyen sus fabricantes para que la gente lo consuma. La falta de información o bien la tergiversación de la misma, sumado a la educación superficial y materialista que solo tiende a fomentar el capitalismo y el beneficio económico de unos pocos, nos lleva a ser seres vulnerables, ignorantes y con poca capacidad de decidir sobre los actos de la propia vida. Es fácil mantener al ser humano sumergido en la ignorancia porque el saber necesita de un esfuerzo y una intención activa de las personas en un sentido que solo él debe definir y seguir. Lamentablemente la cultura no cambia y a pesar de contar con medios de comunicación y redes sociales muy poderosas, no tomamos conciencia de que estamos en condiciones de no necesitar la tutela de unos pocos, hoy llamados gobernantes, para gestar el futuro de la humanidad. Desde ya que esos gobernantes no van a dejar así nomás las ventajas que tienen al dominar a los pueblos a favor del poder que luego se ejerce sobre ellos. Parece lamentable que por las posesiones y el dominio de las personas se ejerza semejante esclavitud de seres que potencialmente podrían transformar el mundo en el sentido del mejoramiento de las condiciones de vida en el planeta y del éxito de la misión del ser humano sobre sí mismo y sobre el medio físico. Lo que se pierde por el paso del tiempo en cuanto a lo físico, se debería transformar, como lo proclama la física, y ganar a través del triunfo del humano sobre sus limitaciones espirituales, de conciencia y porque no también vencer las limitaciones físicas del envejecimiento. Considero que si se dieran las señales de triunfo que nombre recién sobre nuestras limitaciones, el hecho de que el tiempo pase, sería motivo de alegría y éxito. Espero que alguna vez nos hallemos encaminados en esa dirección y abandonemos la actual que ya todos conocemos. |
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Licenciado Alejandro Giosa
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¿Ustedes se han preguntado alguna vez qué es el tiempo y cómo condiciona nuestras vidas? Para algunos el
tiempo solo es un reloj, un conjunto de números que determinan un horario; para otros es mucho más que eso: un amigo
que corre a su favor o un enemigo que está en su contra. Lo que está claro es que nuestras vidas son hijas del tiempo,
todo gira en torno a él. Cuando decidimos esperar nos ponemos en sus manos, éste puede recompensar nuestra
espera produciendo en nosotros una inmensa felicidad, o por el contrario, puede conducirnos al abismo de la decepción
tras darnos cuenta de que toda nuestra paciencia ha sido en vano, no ha servido para nada.
El tiempo deforma la realidad en la que vivimos, pues a medida que éste pasa solo nos queda su recuerdo, es decir, como un mismo instante no queda definido, debemos atenernos a lo que recordamos. Unos se fijan en cosas a las que otros apenas dan importancia, componiendo entre todos un mix en el que nos creemos dueños de la verdad absoluta, un grave error por nuestra parte, bajo mi punto de vista, pues lo único que realmente nos pertenece es el tiempo: incluso aquel que no tiene otra cosa cuenta con eso. Él nos hace envejecer, por lo que podríamos tomarlo como un ser que corre en nuestra contra, que nos arrebata a nuestros seres queridos; pero, también nos hace crecer, permitiéndonos formar nuestras vidas, mejorar, y darnos cuenta de lo largo y, al mismo tiempo, efímero que puede ser todo. Pero ¿nos permite el tiempo vivir algo real, algo verdadero? Dicen que el tiempo es el olvido, pero lo cierto es que nada se olvida si es lo suficientemente importante como para estar en lo más profundo de nuestro ser, en lo más íntimo de cada uno, es decir, que forme parte de nuestra realidad. El tiempo y la realidad están conectados de tal manera que son indestructibles, inseparables, pero, como decía Montesquieu: "la verdad en un tiempo es error en otro", así de relativo es el tiempo que bastan cinco minutos para soñar con una vida entera y, a veces, faltan minutos para vivir un sueño completo: un momento con nuestra familia, un abrazo con un amigo, un beso, una sonrisa, o una palabra que se ve interrumpida por el ruido. En numerosas ocasiones escuchamos: ¡No tengo tiempo! En realidad ¿Cuántas veces al día lo oímos? En nuestra realidad está presente la rapidez, el ruido, la evasión, el agobio, el aislamiento; tal vez deberíamos pararnos a pensar ¿no hay tiempo para el otro? Quizás el que nos falta esté en él. Hay muchas maneras de vivir el tiempo: agradeciendo, suavizando las cargas de los demás, compartiendo saberes, escuchando a la voz de la experiencia, abrazando los sentimientos y situaciones del otro, acercándonos con calma a escuchar y compartir su necesidad. Por eso, dice el proverbio, el tiempo es oro, pues con él podemos llegar a construir grandes cosas, como las relaciones entre las personas que, al fin o al cabo, con más o con menos tiempo acabarán llenando la auténtica realidad, nuestra propia historia. |
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Prof. Carla Manrique
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Ella está muy cerca; yo puedo verla. Está delante del televisor, un programa que
hasta ayer la hacía reír, pero hoy no sabe por qué mira la pantalla.
Se levanta lentamente, se acomoda el pelo, pasa su mano por la nuca, se mira en el espejo, pero le da igual, no le interesa. Sale a la calle, le cuesta caminar, respirar, mirar, reír. Todo aquello que hasta ayer tenía color, hoy se le antoja negro y blanco. Le cuesta mover las manos, las piernas, cada paso se convierte en un suplicio. Alguien la detiene en la calle, la saluda y ella le mira e intenta hablar, pero le es más fácil escuchar, de todos modos, sabe que en pocos minutos se olvidará de todo. La gente camina lento, los automóviles parecen rodar todos al mismo compás, casi el cálculo de un péndulo. Mira los pocos árboles que hay en la ciudad, los cuenta uno por uno mientras se toca la frente preguntándose por qué no se respeta a la naturaleza, y hace el cálculo de cuántos hay por cuadra y eso le dará la totalidad de cuántos hay por barrio. Agacha los hombros porque el cuerpo le pesa, y sólo faltan cinco calles para volver a su casa, porque decidió regresar a pocos minutos de haber salido. Pude ver que hasta le pesa su bolso, lo arrastraba como un plomo. Un perro deambula a su lado, lo mira y parece entender su sufrimiento, siente tanta pena que comienza a llorar, un llanto que viene de adentro, que duele, lastima y se abre por fin la herida. Ahora sí está lista para recomenzar. Llega a su casa, con poca fuerza abre la puerta, después de tirar la cartera donde caiga mejor, se desploma en un sillón a dejar sangrar la herida. No sabe si es lo correcto, pero necesita cerrar las ventanas, de algo está segura y es de ese recomenzar. Entonces piensa que esa puta moneda solo tiene cara o cruz, y hoy se le antoja cruz. La misma rutina, los mismos ritos, idénticas conversaciones, olores, personas, lugares, todo debería tener el mismo color, pero todo es blanco y negro. Pasa algún tiempo, a veces son días largos, a veces horas, lo que importa es que pasa el tiempo sin ella. Se detuvo largos días a pensar por qué ocurre tan de repente, por qué no tiene un aviso, porque la herida sangra en milésimas de segundo y se queda instalada en su casa, una visita no deseada. Cae en la cuenta que ya pasaron varios días, pero da igual, ahora contando cuantos listones de madera tiene el piso en un cuadrado, de un metro por un metro, sacará la cuenta de cuántos listones de madera contiene el piso de su casa. Se pregunta para qué hace esas cosas cuando sangra la herida, como comer, consumir, comer, consumir, gastar, comprar, comer, consumir. Un ser amado le habla, ella sonríe con una mueca que él conoce de memoria, pero no tiene idea de qué ocurre, ella desea que nadie la ayude ¡no sea cuestión que tenga que volver! Quiere estar instalada ahí, en ese lugar acurrucada a una pena que no sabe de dónde viene. A veces tiene miedo de no poder volver, entonces cierra los ojos y los vuelve abrir tantas veces como sea necesario para que las cosas tomen color, pero es inútil, cae en el cansancio y se echa sobre la cama, mañana seguro estaré bien cuando despierte y la herida no se verá. Los recuerdos comienzan a correr desde un telón que se abre: allí está a la orilla del mar conversando contigo, hay colores, vida, sueños. Te recuerda como un refugio, un remanso que poco a poco comenzará a ser imperceptible. Siguen los recuerdos, siempre son en la playa a la orilla del mar. Recuerda que una vez se quedó sentada sobre un risco mirando el mar y escuchándolo, se dijo que ese sonido era el mismísimo Dios echado a tierra. Tal vez por eso cuando le herida sangra, solo piensa en el mar y lo escucha. Los días pasan, y ella sigue ahí detenida en el tiempo. La veo completar su rutina, uno y otro día, hasta que su amor la abraza, la contiene, la cuida sin saber qué es lo que le sucede, sólo se dio la casualidad y todo vuelve a comenzar. Un abanico se despliega sobre su cara, y va tomando su color, pronto regresará. Para cuando lo haga el tiempo habrá transcurrido. Ocurrieron circunstancias de las que ni siquiera fue espectadora, y comienza a llorar nuevamente con una suerte de culpa. Yo la quisiera abrazar, pero nunca se deja. El tiempo pasó, mañana estará bien aunque sabe de sobra, que pronto todo volverá a comenzar en un tiempo misterioso, sin solución de continuidad. |
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Silvia Stella, abogada
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Graciela fue mi primera psicóloga. No viene al caso, pero lo primero que me viene a la mente
es que yo era una jovencita solitaria, tal vez más de lo que lo soy ahora.
Sí, me reconozco como una persona solitaria, en cierta medida y en la mayor parte del tiempo lo disfruto. Las cosas que más amo de la soledad es el silencio; la luz tenue de la ventana y una taza de café caliente, mientras miro mis plantas y sus flores, dedicarles tiempo pacífico, amo los techos de las casas, la gente que pasa, imagino diálogos y si discuten imagino el motivo y lo hilo en mi mente. Me gusta escuchar música a solas. Los domingos mientras cocino, escucho música clásica a volumen muy alto, tanto como si estuviera allí escuchando el concierto sentada en una cómoda butaca; simplemente estoy en casa disfrutando de mi cocina, la luz de la ventana, la música y la paz que me genera la soledad. Tal vez, alguien diga que tengo una conducta anti sociable, sí puede ser, pero estoy tan acostumbrada a estar sola, que deshecho a la gente ruidosa, la que habla fuerte, la que compite, la que marca sólo las falencias, la que copia, pues hay personas que son fotocopias, en cuanto hablas o decís cualquier cosa, aún la más nimia te copian. Hacía un viaje muy largo, para ir a ver a Graciela y aprovechar sólo para mí, esos cuarenta y cinco minutos más deseados por el ser humano. Así que, tomaba el tren, que me dejaba cerca del colectivo, que a su vez me dejaba cerca de otro colectivo que llegaba hasta su consultorio. Las paradojas de la vida, es que hoy resido a pocas calles de aquel consultorio. La vida me llevó a vivir en muy diversos lugares y ahora paso todos los días por la puerta de aquel consultorio. En fin, tardaba más o menos una hora y media en llegar. Me desplomaba en un cómodo sillón hasta que me tocara mi turno. Tenía una obsesión con sus adornos. Los ordenaba meticulosamente en mi cabeza, en otra ubicación y elegía cada sesión un lugar diferente. No recuerdo mucho de aquellas sesiones, fueron las primeras de mi vida y yo era muy jovencita sin muchas ganas de remontar el barrilete de la memoria que te conduce a ver lo peor. En la sesión que más recuerdo, Graciela me invitó a que me pusiera cómoda, que cerrara los ojos, suspirara profundo (al menos eso recuerdo porque yo suspiraba profundo con esa sensación del que llega a la meta) y que le contara detalladamente todo lo que veía, con «mis ojos cerrados». Por supuesto, lo primero que dije «estrellitas de colores», pero a medida que fue pasando los minutos, comencé a visualizar muebles, ropa, adornos, alfombra, caras, bicicletas:
Sin más ni más, Graciela dio por terminada la sesión, pero yo me quedé hasta el día de hoy con la pregunta en la boca ¿por qué justo en esa imagen? Muchos años después, mi padre padeció un cáncer, fue operado y gracias a Dios lo dieron de Alta. Fue a las vísperas de Navidad. Estábamos todos muy contentos ya que festejaríamos la Noche Buena en familia. Lo trajo la ambulancia y mi madre me llamó cuando ya estaban en su casa. Por aquellas épocas en la Argentina, los gastos de internación hospitalaria se medían en «millones» así solía decir mi madre «Costó millones». Por eso quedaron sumergidos en una suerte de «ajuste de bolsillo» cuando dieron el alta a mi padre. Quien fue mi marido y yo decidimos ir a comprar todo lo necesario para llenarles la heladera. Mi padre era muy orgulloso y no aceptada dinero, así que inventábamos este tipo de ayuda, como comprarles ropa o decir:
Cuando lo dieron de alta y lo llevaron a la casa, como ésta era de dos plantas, para que no tuviera que subir lo dejaron descansando en el living. Una hora o dos más tarde, llegamos a su casa con las compras del supermercado. Llenamos la heladera, conversamos con mi madre y luego ella me pidió que me acercara a mi padre:
Me acerqué a mi padre que estaba recostado en un sillón muy cómodamente, pero algo me dijo que ese que estaba allí no era mi padre. Sentí un escalofrío muy fuerte por mi espalda, no quise tocarlo, no podía hacerlo sólo quería gritar pero sin saber por qué y mi alma gritó pero en silencio, como siempre sola y en silencio. De pronto una idea fatal pasó por mi mente, y le pedí a mi marido que fuera por un espejo. Volvió y lo puse debajo de la nariz de mi papá. Solamente toqué su sweater, jalé de él muy despacio, luego más fuerte hasta decirle a mi padre:
Me incorporé lentamente caminé hacia mi madre y le dije con toda la suavidad que pude:
Pero mi padre estaba muerto, yo lo sabía, pero no pude tocarlo, pero lo sabía. Luego comenzaron los ritos de la fatalidad: gritos, llantos, familia que se acerca y parientes que uno no ve en años, pero ese día aparecen morbosamente. Y yo sin tocar a mi padre en ningún momento. No recuerdo haberlo llorado por muchos años, pero hasta hoy me sigue el recuerdo del miedo tan terrible que tuve en su funeral de tocar a mi padre y que por algún motivo, el cuerpo yerto abriera los ojos. No sé si fue fatalidad, si fue premonición, sólo sé que por un instante, Graciela y yo lo supimos. |
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Silvia Stella, abogada
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Lo dijiste para que te escribiera una carta esta, la que estoy escribiendo y como lo habrás
dicho que partiste con una espada mi pecho.
Que desaparezca la humanidad que yo estaré muriendo en tu entierro. Todo te lo he dado, sin embargo quieres que siga viviendo como si no supieras de mi amor sincero, que no sabe estar sin ti, ni por un momento. Me lo contaste por mi bien, pero me has dejado el alma inquieta y es que no te das cuenta de la pena que siento por dentro, que no puedo hablar de tu ausencia, pues me quedo media muerta. Mira que eres injusto al pedirme que no muera, como se nota que no sabes de mi pena penita, porque mis lágrimas estrenarán los rincones de mi lecho y ya no me hagas vislumbrar lo funesto. Para cuando este cuarto se vista de negro, para cuando despierte en la mañana y sepa de tus ojos fríos y de tu cuerpo yerto abriré mis brazos, para que mi corazón a tu alma llegue y acortaré mi camino aunque maldecido sea por los que me queden en tierra, pero yo estaré segura que allá, a tu lado, mi alma se coronará sin dolor ni lágrimas, ni suspiros y sin quejas desatadas. Entonces, nuestra luz suplirá al día, ya no tendré nunca más que pensar en la tristeza, porque la noche será el alba, y tus ojos mi morada y ella tu vida, no habrá ni temores ni llanto, tan solo tu esencia y la mía enlazadas, sin esta agonía. |
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Silvia Stella, abogada
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Alberto Tarsitano, abogado
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